Queridos amigos Soy Jeshua. Os doy la bienvenida a todos en este día.
En mi corazón, estoy cerca de vosotros, pues estamos profundamente
conectados los unos con los otros.
Existe un nivel en el que todos somos uno en una consciencia
indivisible, una consciencia libre, grandiosa y creativa que es nuestro
auténtico paraíso.
Estáis aquí, manifestados en una forma corpórea, ubicados en el
tiempo y el espacio, pero sois mucho más que eso y os pido que conectéis con
esa consciencia más amplia, indefinida y extensa que os conecta con vuestro
origen, vuestro Hogar.
Sentid a Dios dentro de vosotros y sentid lo sencilla que esta
energía es en realidad.
Dios no está elevado por encima de vosotros, es una energía que
fluye a través de vosotros, a través de todo lo que vive en la Tierra e,
incluso, a través de los objetos y cosas materiales que os rodean.
Dios está en todas partes y Dios no se deja limitar por forma
alguna. Dios es consciencia pura sin adulterar. No obstante, el poder divino
desea experimentar mediante todas esas formas diferentes, todas esas
manifestaciones propias del tiempo y el espacio.
Sentid ahora, por unos instantes, quiénes sois en la totalidad de
ese flujo:
Una chispa de luz en un inmenso océano de consciencia, pero, aun
así, una chispa de luz imperecedera que aporta una contribución única al todo.
Sentid dentro de vosotros ese poder indestructible que siempre es,
siempre fue y siempre será la chispa de la vida eterna.
Y en esa chispa de luz, cada uno de vosotros es parte del Creador,
parte de Dios.
Tenéis una consciencia creativa y sois vosotros quienes elegís
vuestras experiencias vitales, así como el camino de vida con el que os
comprometéis.
En lo más profundo de vuestro ser hay un punto central desde el que
sois conscientes del diseño de vuestra vida y atraéis aquello que deseáis
experimentar con el fin de crecer y aprender.
Es por eso por lo que, esencialmente, nunca sois víctimas del
mundo.
En esencia, nunca sois completamente desvalidos ni vulnerables,
pues en lo más profundo de vosotros está presente esa chispa de Dios, esa
chispa divina que dice sí a todo aquello por lo que pasáis en vuestra vida y
que también sabe que sois capaces de aprender y crecer a partir de esas
experiencias, de expandiros y haceros más comprensivos.
Decid sí a esa fuerza que os habita, a esa fuente de luz mediante
la cual habéis atraído hacia vosotros la vida que estáis viviendo y todo cuanto
de ella forma parte.
Ya dijisteis «sí» una vez antes y en vuestro interior sabéis que
tenéis el poder de cumplir esta vida, este destino en el buen sentido, recordando quiénes sois
en medio de vuestras preocupaciones terrenales y de esa vida cotidiana en la
que tropezáis con problemas y resistencias.
Regresar al Hogar, a vuestra
esencia, y compartir ese conocimiento y esa luz con los demás os dará la más
profunda de las satisfacciones.
Los que estáis aquí presentes tenéis el deseo de convertiros en
terapeutas espirituales, lo que significa que deseáis difundir luz y
consciencia en la Tierra desde vuestra alma.
Este es un deseo puro y auténtico de vuestro corazón y vuestra
alma, y es algo que procede directamente de la chispa divina que sois, porque
lo natural de Dios es compartir alegría, sabiduría y comprensión.
Eso hace feliz a Dios y os
hace felices a vosotros, pues, en vuestro corazón y en vuestra alma, sois Dios.
Y aquí es donde os preguntáis:
¿Cómo exactamente se hace eso: “difundir la luz”, ofrecer sanación
a otra persona?
De esto es de lo que quiero hablar hoy, porque en vuestra sociedad
se da una dicotomía peculiar entre enfermo y sano, entero y roto.
El terapeuta se ubica, supuestamente, del lado del que está sano,
del que está entero y ofrece luz o sanación a aquellos que están rotos o
enfermos.
Desde este punto de vista, el terapeuta es, en cierto modo,
superior y está más avanzado, mientras que el paciente o el cliente está más
atrasado, es inferior.
Y el que es superior tiene algo que no tiene el que es inferior,
con quien luego lo comparte.
Sin embargo, desde una perspectiva espiritual, esta imagen es
falsa.
Lo que ocurre entonces, incluso antes de que una persona se ponga
en manos de un sanador o un terapeuta, es que dicha persona ya se considera
inferior en relación con quien va a tratarla: el paciente tiene un problema y
acude al terapeuta en busca de una solución.
Esta imagen de la relación entre terapeuta y paciente impregna todo
el sistema sanitario convencional.
El médico al que acudís posee el conocimiento y la competencia,
mientras que vosotros, como pacientes, sois inferiores porque necesitáis de ese
conocimiento, de algo externo a vosotros, para poneros bien.
Automáticamente, este es el modelo que también suele aplicarse a lo
que llamáis salud mental.
Y yo quisiera sugeriros que arranquéis esta imagen de raíz, ya que
da una idea totalmente falsa de lo que es una relación entre paciente y
terapeuta.
La verdad es más bien a la inversa: uno es un buen terapeuta cuando
sabe hacerse pequeño y devolver, a quien acude buscando ayuda, su grandeza.
Esto es algo que esa persona ha perdido involuntariamente.
Una persona con graves problemas espirituales está, de algún modo,
convencida de que es impotente, de que no puede hacer frente a la resistencia y
la negatividad de la vida, y que, por tanto, se siente pequeña e indefensa.
Como terapeutas espirituales, sois vosotros quienes invitáis a esa
persona a volver a encontrar y experimentar su fuerza.
Quienes la animáis a redescubrir su propia grandeza, a mantener
encendida la chispa divina interior.
¿Y cómo lo hacéis?
No dándole alguna cosa que la haga sentirse mejor, algo externo a
ella, sino creyendo en el poder de su alma.
Lo hacéis conectando con su alma y, desde ahí, mostrando a vuestro
paciente, con vuestros ojos, palabras y gestos, con vuestra mirada, que creéis
en él o en ella.
Mostrándole que reconocéis la fuerza, la belleza y la sabiduría de
su alma.
Y gracias a ese reconocimiento, y en virtud de vuestra fe y
confianza en lo que esa persona realmente es, ella también recibe esperanza y
confianza.
Este es el camino de la sanación espiritual:
Devolver a los demás su grandeza.
Se trata de intentar por distintos medios de reconectar a esa
persona con el poder de su propia alma y, también y en consecuencia, de que
asuma totalmente su responsabilidad.
El gran poder del trabajo espiritual reside en que les mostráis a
los demás que son los únicos responsables de su trayectoria de vida y que su
necesidad de sanación no es una flaqueza.
Les mostráis que aquello a lo que se enfrentan no es algo que no
puedan manejar, pero que aceptar su responsabilidad es justamente lo que puede
ayudarlos a liberarse de su carga.
Devolverle a una persona la responsabilidad de su propia vida no
significa abandonarla a su suerte.
Significa que la alentáis a descubrir y experimentar su poder
interior; a experimentar que es mucho más grande, sabia y poderosa de lo que
imagina.
Ser un terapeuta espiritual significa contactar con el otro de alma
a alma.
Considerado únicamente desde una perspectiva humana, podría parecer
que el terapeuta es más fuerte o sabe más que el paciente, el cual se halla en
apuros y necesita su ayuda.
Pero contemplado desde la perspectiva del alma, ambos están
recorriendo un camino, y que en ese momento un alma esté experimentando más
dolor que la otra no dice nada ni del camino que cada alma está recorriendo ni
del nivel de realización de cada una.
Un alma ha hecho una elección distinta a la otra, por tanto, no
cabe ningún juicio y, además, no ayudaría en nada.
Todos vosotros lleváis a cabo un trabajo espiritual porque, a nivel
del alma, tenéis el deseo de compartir la luz.
Lo que sucede cuando realizáis este trabajo es que vuestra luz
interior brilla más intensamente y que sentís una profunda satisfacción al
hacerlo.
En ese sentido, no es tanto algo que hagáis por los demás, como
algo que hacéis porque es vuestro destino, al igual que un botón de flor desea
abrirse y florecer.
Es por eso por lo que lo hacéis; forma parte del curso natural de
los acontecimientos. La luz siempre busca irradiar e intensificarse.
Por lo tanto, vuestra auténtica tarea como trabajadores de la luz
consiste en irradiar vuestra luz a los demás, sin juzgarlos.
No consiste en intentar
resolverles los problemas, porque eso es algo que no podéis hacer y tampoco es
esa la intención.
Lo que hacéis es permitir
que vuestra luz ilumine la esencia de la otra persona ayudándola, así, a
despertar a su propia esencia, a su propia luz.
Esto es lo más poderoso que
podéis hacéis por otro ser humano.
Y cuando, por mediación vuestra, tal cosa sucede, comprobaréis de
inmediato que se produce un aumento de alegría en la otra persona, ya que puede
acercarse a su propia esencia, su propia fuerza vital, lo cual le proporciona
valor y confianza.
Nada infunde tanto valor y
confianza como sentir que eres dueño de tu propia vida y que eres capaz de dar
forma a tu vida desde tu propia fuerza interior.
Y quisiera añadir algo más: yo veo que, a los que hacéis o queréis
hacer este trabajo espiritual, a veces os resulta difícil soltar la energía
negativa de la otra persona, su dolor y sufrimiento. Hasta el punto de que, en
ocasiones, podéis sentir que ese sufrimiento ajeno os supera e, incluso, os
hunde.
En esos momentos os apartáis de vuestra propia grandeza, vuestra
propia chispa divina, y os deslizáis hacia vuestro lado humano.
Vuestros viejos reflejos se disparan:
Ahí Esa persona necesita mi ayuda, no puedo soportarlo, tengo que
tenderle mi mano.
Observad bien en qué consiste ese enfoque con respecto a la otra
persona:
La consideráis pequeña e
indefensa, una víctima que tenéis que salvar.
Pero al hacer tal cosa, en realidad no le hacéis justicia a nadie
y, al final, no sirve de nada.
Ejercer de verdad vuestro poder de ayuda espiritual implica dar un
paso atrás.
Como seres humanos, podéis tener la tentación de dar un paso
adelante y querer aliviar ese sufrimiento, pero como ayudantes espirituales,
como alma, dais un paso atrás.
Permanecéis totalmente presentes, sentís compasión por la otra
persona y a menudo comprendéis perfectamente el proceso por el que está
pasando, pero no os involucráis en él, os mantenéis fuera del problema.
Sois el faro que alumbra y, al dar un paso atrás, demostráis que es
posible no dejarse atraer por pensamientos de pequeñez, debilidad e impotencia.
Al dar un paso atrás, dejáis espacio a la otra persona para que
sintonice con su propia fuerza. La invitáis a ello, aunque esta forma de
proceder pueda ir en contra de todo lo que habéis aprendido como seres humanos.
Este enfoque puede parecer duro o cruel, pero no lo es, siempre y
cuando lo consideréis desde la perspectiva del alma.
Que cada uno de vosotros se imagine ser esa persona que está
pasando por un momento de debilidad en el que experimenta un profundo dolor y
un gran sentimiento de impotencia, y en el que la vida se le antoja
insoportable.
¿Qué es lo que más os ayudaría?
¿Alguien que os presta ayuda desde el nivel de vibración en el que
está y que, desde allí, os da una palmada en la espalda, o alguien que intenta
ayudaros partiendo de la idea de que no podéis hacerlo vosotros mismos?
Como ayudantes, a menudo ofrecéis consejos bien intencionados con
base en la visión que tenéis sobre cómo resolver el problema de la otra
persona. Pero en realidad no llegáis a alcanzar su alma, porque no estáis
conectados con ella a nivel del alma.
Pensad en esas ocasiones en las que vosotros os sentís
extremadamente vulnerables, desanimados o angustiados.
Lo que más os ayuda entonces es alguien que siga creyendo en
vuestro poder, que siga percibiendo la fuerza de vuestra alma, de vuestro ser,
aunque vosotros no os veáis del todo así.
Ese es el auténtico trabajo de un terapeuta espiritual.
Y esto algunas veces significa que tenéis que reafirmar la imagen
de esa persona como un ser poderoso, creativo y libre, incluso aunque ella no
pueda hacerlo.
Puede significar que tenéis que esperar pacientemente mientras
reafirmáis esa imagen. Pero, a nivel del alma, es esencial que os relacionéis
como iguales.
Si no, volvéis a caer en las
viejas nociones:
Lo superior comparado con lo
inferior, el indefenso ante el poderoso.
Y estas nociones son destructivas.
Mantienen a las personas apartadas de su auténtico poder.
En aquellas ocasiones en las que vosotros mismos os sentís
debilitados por el dolor o la negatividad de los demás, recordad lo que está
ocurriendo realmente.
Atreveos a dar un paso atrás y no consideréis esto como un acto
despiadado o cruel, sino como una reevaluación para poner en perspectiva la
auténtica relación entre vosotros y la persona que sufre.
Permaneced presentes en vuestro propio poder, vuestra propia luz.
Hacerlo es beneficioso para vosotros, no solo para la mente, sino
también para las emociones y el cuerpo.
También beneficia a la otra persona, pues de ese modo alzáis ante
ella una antorcha de luz en la que verse reflejada.
El trabajo espiritual, en el que os relacionáis con la otra persona
de alma a alma, requiere que establezcáis una conexión interna con ella, en
particular con su grandeza.
Al mismo tiempo, implica que
dejáis a la otra persona totalmente libre de ser su grandeza. Y esto último es
algo muy importante que debéis recordar, ya que dejar libre a la otra persona
es un acto de confianza y es tan importante como el de establecer la conexión.
Yo creo en todos vosotros.
Y aunque no estoy aquí para resolver vuestros problemas, vengo a
deciros que sois, todos y cada uno de vosotros, una poderosa estrella de luz.
Que vuestra luz y vuestra capacidad de difundirla son ilimitadas.
Y que podéis creer en ello y disfrutarlo, y vivir plenamente aquí,
en la Tierra.
Ese es el trabajo de luz que habéis venido hacer.
Muchas gracias por vuestra presencia.
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