Se dice que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios. En su esencia
es, por tanto, un espíritu puro. Entonces, ¿por qué viene a encarnarse a la
tierra? Para explorar la materia, porque así es como llegará a desarrollar
todas las capacidades de su cerebro, que son casi infinitas. A lo largo de este
descenso a la materia, sus cinco sentidos, que son unos intermediarios entre el
espíritu y la materia, han adquirido cada vez más importancia.
Hasta el punto de que ha acabado perdiendo la conciencia de este mundo del
espíritu, del mundo divino, en donde tiene su origen; ha cortado la conexión y
ya no siente su presencia, lo que conlleva un gran empobrecimiento, aunque no
sea consciente de ello. Sin embargo, este contacto con la materia seguirá
siendo para él una adquisición extraordinaria. En los proyectos de la
Inteligencia cósmica está el de llevar a la criatura humana a la perfección.
Ésta debe pasar, por tanto, a través de la opacidad de la materia, pasar por la
enfermedad y
la muerte. Hasta el día en que, enriquecida por estas experiencias, vuelva a la
verdadera vida, a la luz, a la libertad, y entonces es cuando conocerá
plenamente a su Creador.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Mientras son jóvenes y están sanos, los humanos no piensan nunca en este
principio de disgregación que trabaja insidiosamente en ellos y que un día
acabará triunfando. Tienen tendencia a creer que el mundo les pertenece y que
el futuro se abrirá sin cesar ante ellos. ¡Qué frustración cuando empiezan a
sentir que el mundo físico se les está escapando! Y he aquí que, en esta lucha
sin cuartel que se está librando en ellos entre el principio de vida y el
principio de muerte, algunos quieren retener la vida a toda costa: ponen en la
batalla todos los recursos que deberían utilizar para interiorizarse, para
profundizar en sí mismos, y lo pierden todo.
No hemos venido a la tierra para quedarnos eternamente jóvenes y gozando de
buena salud, sino para hacer un aprendizaje, para adquirir una experiencia. El
sabio es aquél que es consciente del declive de su camino y se esfuerza por
utilizarlo todo. En el mundo espiritual, la ascensión es ininterrumpida. Aquí
abajo, hagamos lo que hagamos, veremos que, poco a poco, nuestra frente y
nuestras mejillas empiezan a arrugarse, nuestro cabello a blanquear, nuestros
dientes a caerse, etc. Pero debemos comprender que esto no tiene mayor
importancia si, detrás del cabello blanco y de las arrugas, se manifiesta la irradiación
de la vida espiritual.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Cuando les preguntamos por sus creencias religiosas, muchas personas dicen
que creen en «algo» o en «alguien», sin poder explicar exactamente de qué o de quién
se trata, y sin llegar a llamarle Dios. Es como si en el pasado hubiesen tenido
ciertos conocimientos, hubiesen hecho ciertas experiencias, y por momentos este
conocimiento, estas experiencias remontasen a la superficie como el breve
centelleo de una luz venida de muy lejos. Ignoran por qué se impone a ellos
esta impresión con tal evidencia y no saben cómo interpretarla, pero la sienten
como una realidad indudable.
En un momento u otro de su existencia, la mayoría de los humanos han tenido
la sensación de que algo en ellos les conecta con un mundo superior,
misterioso, cuya huella han conservado. La diferencia entre los seres, es que
algunos dejan que se borre esta sensación sin tratar de profundizar lo que ésta
significa, mientras que, para otros, al contrario, es el punto de partida de
una búsqueda interior que les conducirá hasta la conciencia de su origen
divino.
Cuando incluso han llegado a la edad adulta, la mayoría de los humanos son
niños todavía: para retener su atención, hay que presentarles siempre
novedades. Y eso también lo observamos en los espiritualistas. Aunque la
enseñanza que reciben les aporte una profusión tal de verdades que ni siquiera
tienen tiempo de asimilarlas, siempre esperan algo nuevo. ¿Pero qué hacen con
todo lo que ya han recibido?…
Hay verdades esenciales que deberíais rememorar diez, veinte, treinta veces
al día. Hasta que no os impongáis esta disciplina, no progresaréis. Si os
dejáis a veces llevar a cometer acciones que no son demasiado justas o nobles
–que después lamentáis – es porque habéis olvidado las verdades y las leyes que
os habrían permitido triunfar sobre vuestras debilidades. Aceptáis que debéis
respirar, comer, beber y dormir cada día… Procurad aceptar también que debéis
volver sin cesar sobre las mismas verdades. La novedad está ahí: en lo que
descubrimos al profundizarlas cada día dentro de nosotros.
Hemos descendido a la tierra para hacer en ella un trabajo comparable al de
los alquimistas. Se nos da una materia de la que debemos extraer la
quintaesencia; esta quintaesencia es la única riqueza que nos llevaremos con
nosotros cuando abandonemos la tierra, y seguiremos trabajando con ella en los
otros mundos.
Os preguntáis cómo hay que comprender esta palabra «materia». Es simple:
todo lo que constituye nuestra vida cotidiana, nuestras actividades, nuestros
encuentros, son una especie de materia que nos es dada para que la
transformemos con el poder del espíritu. Y esto supone también, por tanto, un
trabajo sobre nosotros mismos, porque nosotros también somos una materia:
incluso nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestros
estados de conciencia son una materia que debemos transformar, volver más pura
y más rica. Al mismo tiempo que trabajamos sobre una materia exterior a
nosotros, trabajamos también sobre nosotros mismos.
Autor: Omraam Mikhaël Aïvanhov
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“Nuestro paso por la tierra sólo tiene sentido si todo lo que hacemos está
subordinado al mundo del espíritu y a sus leyes. Para impregnarse de las leyes
del mundo espiritual, es necesario consagrar cada día un cierto tiempo al recogimiento, a la meditación, a la
oración. Muchos objetarán que es una pérdida de tiempo. ¡Que lo objeten!…
Cuando lleguen al otro mundo, se verán obligados a reconocer que el tiempo perdido es, por el contrario, el que
han pasado centrados en sus actividades denominadas provechosas, olvidando que
el mundo físico, el mundo material, sólo debió haber sido para ellos un medio y no un objetivo.
Debéis considerar el mundo material como un terreno para que vuestro espíritu
se ejercite. Si lo olvidáis, os exponéis a infringir las leyes divinas. Cómo ya
no estáis dirigidos por el espíritu, obedecéis a impulsos instintivos: el egoísmo, la envidia, la
agresividad, etc. Actuáis pues en detrimento de los demás, y las ventajas que
creéis obtener no son en realidad más que pérdidas.”
Omraam Mikhaël Aïvanhov
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