Un cuento que viene a cuento.
Un anciano sabio, tras una larga vida dedicada a meditación y
experiencias espirituales, había atraído involuntariamente a unos cuantos
hombres y mujeres que acudían a escucharle muy a menudo bajo una encina centenaria
de gran tamaño y belleza que se encontraba cerca de un pequeño río. Sentándose
cómodamente en círculo escuchaban con atención lo que el anciano tuviera a bien
decirles. Este miraba despaciosamente a los recién llegados y dejaba que el
rumor del pequeño río sirviera de fondo al silencio que iba surgiendo en el
corazón y en la mente de todos los presentes...Sólo entonces comenzaba a
hablar.
En esta ocasión, un suave día de primavera, mientras los
pájaros, las mariposas y las flores rivalizaban por la música, los colores y la
danza, y los pequeños abejorros elaboraban acordes fugaces de violoncelo , el
sabio permanecía callado, como absorto en la contemplación de algo situado en
ninguna parte precisa. Y desde allí, su silencio acentuaba aún más los sonidos
de la madre Naturaleza.
Al cabo de un buen rato de su llegada, los visitantes comenzaron
a impacientarse, pues era la primera vez que el silencio inicial era tan
prolongado. De pronto el anciano, rescatando su mirada de algún lugar lejano,
fijó lentamente su vista en los presentes, y sonriendo con dulzura preguntó:
-¿Quién de vosotros creyó haber emprendido el camino de cambiar
su vida mundana utilizando los conocimientos adquiridos bajo esta hermosa
encina?...Era esta la primera vez que hacía una pregunta tan directa a los
asistentes sobre este aspecto fundamental, por lo que la sorpresa volvió a
dejar el protagonismo al silencio. Todos callaron. Nadie se atrevía a decir
nada.
Algunos se miraron escrutándose discretamente con la mirada ;
otros se inquietaron, pues no sabían si lo que habían creído aprender lo habían
aprendido verdaderamente o hasta si era verdaderamente importante lo retenido y
no se habían quedado en la anécdota de las cosas verdaderas.
Otros tomaron conciencia en ese momento de su inercia interna.
Y alguno de ellos comprendió que se había encerrado en su propia
torre de marfil para su propia seguridad y bienestar
Todos parecían tener miedo a expresar sus verdaderos
pensamientos, y aún más sus verdaderos sentimientos, pues podría suceder que
esos sentimientos no fueran ni correctos ni del agrado del sabio, por lo cual
éste pudiera ofenderse (pensaban) al ver que tantas charlas habían conseguido
tan pobres resultados. (¿Qué pensarían, los otros de mí,- se preguntaban muchos
en lo íntimo,- si descubro ante ellos mi ignorancia o mi poca realización?)
De esta manera la imagen que de sí mismos habían fabricado y
mantenido largo tiempo para ser aceptados por los demás, corría el riesgo de
tambalearse, con el consiguiente descrédito y vergüenza al poderse sentir
juzgado cada uno.
Algunos, los menos, sintieron sin que la pregunta del sabio
tocaba directamente alguna fibra oculta de alma, pues se vieron desnudos ante
su mirada penetrante y tomaron conciencia de no haber sabido captar aún lo más
importante de las enseñanzas, y lo que era peor ,no habían practicado casi nada
de lo que el anciano les había enseñado bajo la hermosa encina en todas las
estaciones del año durante mucho, muchísimo tiempo...Estaban, pues,
decepcionados de sí mismos y sintieron vergüenza y arrepentimiento en el fondo
de sus corazones. Se inclinaron uno tras otro ante el anciano y ante los demás,
avergonzados pero agradecidos por haber descubierto lo que necesitaban
aprender, y se fueron marchando.. Entonces, por vez primera, todos los
restantes se sintieron desunidos entre sí y algo en el círculo de los
asistentes crujió como una rama seca bajo el vendaval.
Como pasaba el tiempo y nadie decía nada, sino que cada uno
parecía ensimismado y un punto receloso, el anciano (que hasta entonces había
permanecido en profundo recogimiento), les habló de nuevo con la misma dulzura
y les dijo así:
Mis amados amigos, conozco el fondo del corazón de cada uno de
vosotros, pues yo mismo estoy ahí después de un largo camino. Pero antes de
poder sentiros en mí he sucumbido en numerosas ocasiones en las batallas contra
mi egocentrismo, mi inconstancia, mi ignorancia, mi deseo de reconocimiento
mundano, mi débil voluntad y mi falta de amor, todo eso que bajo diferentes
disfraces os tiene maniatados y os impide pensar y actuar con claridad. En esa
lucha tiene que haber, como en todas, vencedores y vencidos. De momento,
carecéis de claridad, pues vivís en la oscuridad de las prisiones del ego,
donde apenas algún rayo de luz, como el que os conduce hasta aquí nostálgicos
de infinito, o el maravilloso eco de la madre Naturaleza que os envuelve en
este luminoso día, es capaz de penetrar hasta el jergón sucio donde dormita
vuestra alma.
Naturalmente, el ego os hace creer que sois especialmente
espirituales, pues acudís a verme en cada ocasión sin que este parezca oponer
resistencia alguna. Pero no os dejéis engañar: lo hace porque sabe que mis
palabras no os comprometen, y por tanto, no le comprometen, y que pasado este
rato de aparente comunión, cada uno de vosotros vuelve a su jergón sucio, tan
solo un poco más ilustrado. Tan solo eso, sí, un poco más ilustrado.
Y ahora vuelvo a preguntaros si todavía me queréis escuchar:
¿para qué tanta ilustración?..¿No ha sido ya suficientemente ilustrada vuestra
mente?..Y añadió aún: ¿Está ahora esa ilustración al servicio de vuestra alma,
o sirve al carcelero que os mantiene en vuestra sucia habitación sin apenas
luz?...¿ Es ilustración para ser, o para tener? ¿para el progreso de vuestra
alma, o para beneficio egoísta y brillo social?...Pensad en esto: La ley
universal es dar y recibir: fijaos en el modelo de vuestra propia
respiración....¿Estáis dentro de esa ley?... Meditad estas cosas, mis amados
amigos, y volved cuando hayáis sacrificado el conocimiento del intelecto a la
sabiduría del corazón.
Los presentes se fueron marchando en silencio. El maestro se
quedó solo de nuevo bajo la centenaria encina .Sabía que volverían a
encontrarse :sólo era una cuestión de tiempo, tal vez de encarnaciones. Sólo
eso.
Los pájaros se arracimaban aquí y allá en sus eternos juegos de
cantos y vuelos. Muchos arrastraban ramitas para sus pequeños nidos. Las
mariposas trazaban bellas danzas alrededor de flores multicolores. El abejorro
rasgaba el viento con sus hermosos acordes de violoncelo, y el río dibujaba en
las pupilas del viejo maestro su interminable correteo en busca del mar entre
guijarros y flores silvestres. Todo estaba en orden. Todo era parte de un orden
complejo y a la vez inexplicablemente sencillo...
Y el anciano cerró los ojos y se sumió nuevamente en el silencio
interior.
Re-Publicado por “Isis Alada”
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