Quisierais recibir la ayuda de las entidades celestiales y sus bendiciones,
pero ¿cómo van a poder percibiros si no hacéis nada para llamar su atención?
Enviadles al menos algunas señales luminosas. ¿Cómo? Proyectando cada día, a través
de vuestro corazón, de vuestro intelecto, de vuestra alma y de vuestro
espíritu, chispas, fuegos artificiales de colores puros. Cuando los perciban,
estas entidades se dirán: «¡Ah!, allí abajo hay una fiesta, ¡vayamos!» Se
acercarán, y lo que verán les parecerá tan bello que os cobrarán cariño;
incluso puede que decidan habitar en vosotros, y entonces todo os resultará más
fácil.
Si hay que tomar en serio el trabajo espiritual, es porque es el único
medio de atraer la presencia y la ayuda de los espíritus superiores. Estos
espíritus sólo son sensibles a la luz. Pero no a cualquier luz; solamente a
aquella que proyectan las criaturas que, con sus pensamientos, sus
sentimientos, sus deseos, trabajan para hacer de todo su ser una morada digna
de la Divinidad.
El diamante es considerado como la piedra más preciosa. Sin embargo, en el origen, ¿qué es un diamante? Carbono, un mineral de color negro. Pues bien, es este carbono el que, bajo el efecto de una presión formidable y de una temperatura muy alta, se transforma hasta el punto de convertirse en esta piedra tan brillante: el diamante.
Cuando nos maravillamos ante un diamante, consideramos solamente su
apariencia y las cualidades que ahora presenta, y no nos paramos en lo que ha
debido sufrir para tener este brillo y esta dureza, esta resistencia ante las
agresiones que lo hacen tan notable. De la misma manera, cuando nos encontramos
ante un gran sabio, ante un gran Iniciado, nos maravillamos de su luz y de la
fuerza que emanan de él, y no pensamos en las dificultades sobre las que ha
debido triunfar para conquistarlas. La historia del Iniciado es, de alguna
manera, análoga a la del diamante. Al principio, quizá tampoco él fuese más que
un simple carbono, pero gracias a las presiones enormes que tuvo que soportar
(las pruebas), y al gran calor que produjo en él (su amor), se convirtió en un
diamante, en un puro brillo de luz. Y aunque su cuerpo físico viva todavía en
la tierra, en el plano espiritual brilla sobre la corona de un ángel, de un
arcángel, de una divinidad.
Alguien dice: «Antes de comprometerme en una enseñanza espiritual, quiero
que me den pruebas irrefutables de la existencia de Dios y de las entidades
invisibles… Y quiero también pruebas de la inmortalidad del espíritu y de la
vida después de la muerte.» ¡Pobre!, tendrá que esperar mucho tiempo… ¡incluso
toda su vida! Y como, mientras tanto, no hará nada, impedirá que sus mejores
cualidades se desarrollen.
Un hombre así se parece a aquel que, encontrándose en la oscuridad, no
quisiera apretar el botón para encender la luz antes de que le hubiesen
explicado cómo funciona toda la instalación, desde la central hasta el
interruptor. O como otro que, antes de subirse a un coche, pidiese que le
desmontasen el motor y que le expusiesen en detalle la naturaleza y el
funcionamiento de cada pieza. ¡La historia no dice cuándo podrán, por fin,
alumbrarse o ponerse en camino! ¿Acaso no es más razonable que empiecen por
darle al botón eléctrico o por subirse al coche? Después tendrán todo el tiempo
que quieran para comprender cómo funciona todo. Pues bien, lo mismo sucede en
la vida espiritual. Debemos ponernos a trabajar: comprenderemos las cosas a
medida que avancemos en este trabajo
Todo lo que existe en el cielo y sobre la tierra, pero también en las
entrañas de la tierra, todo lo que existe en los diferentes reinos de la
naturaleza, existe igualmente en el hombre. Esto es lo que explica que, desde
el origen, el hombre se vea impulsado a estudiar y comprender el mundo que le
rodea. Incluso inconscientemente, es él mismo quien quiere de esta manera
estudiar y comprender.
Desgraciadamente, hasta que no conozca las causas profundas de esta
tendencia, el hombre se contentará con mirar al exterior, con observar, anotar,
grabar lo exterior, sin comprender nunca lo esencial. Todas esas
investigaciones acometidas por los científicos para captar cada vez mejor las
riquezas prodigiosas de la naturaleza ¡son magníficas! Pero los Iniciados han
ido mucho más lejos: profundizando las correspondencias que existen entre el
mundo físico y el mundo psíquico, han extendido hasta el infinito los límites
de su conciencia, y nosotros debemos seguirles por este camino.
Cuando hablamos de la vida, debemos tener conciencia de que en ella están
comprendidas la totalidad de las existencias. Es de esta vida total, inmensa,
de la que todas las criaturas se alimentan. También puede decirse que ellas se
alimentan de la vida de unas y otras.
Cuando estáis habitados por pensamientos y sentimientos egoístas, injustos,
malévolos, es como si hubieseis tomado un alimento en las regiones inferiores
de la vida. Al aceptarlos, no sólo los reforzáis, sino que, como estos
pensamientos y estos sentimientos emiten también ondas que se propagan,
proyectáis efluvios malsanos, con los que se alimentarán las personas que hayan
descendido hasta este nivel de conciencia, e incluso las entidades infernales.
Mientras que, si os esforzáis en mantener en vosotros pensamientos y
sentimientos luminosos, armoniosos, no sólo os conectaréis con las entidades
superiores, sino que este alimento servirá para alimentar a las criaturas
luminosas; y entonces viviréis en ellas, porque las habréis alimentado. Estad pues
vigilantes, sabiendo que sólo depende de vosotros el alimento que vais a
recibir y el que vais a dar.
Para evolucionar debemos pasar exámenes, afrontar grandes pruebas.
Sufriremos, desde luego, pero si los superamos, sabremos al menos de lo que
somos capaces. Estas pruebas están en relación con los cuatro elementos: la
tierra, el agua, el aire y el fuego. A lo largo de nuestra vida, estas pruebas
no cesan de presentarse a nosotros.
Las pruebas de la tierra son como seísmos, verifican nuestra voluntad, nuestra
paciencia y nuestra estabilidad. ¿Son nuestras bases suficientemente sólidas,
como lo son las bases de las pirámides?
Las pruebas del agua afectan al mundo de los sentimientos. Nos sumergen en
las mareas negras del odio, de la traición, y el amor que hay en nosotros debe
poder neutralizar todos estos venenos.
Las pruebas del aire son producidas por los tornados y los huracanes. ¿Va a
perder nuestro intelecto su dirección, o seguirá viendo con claridad y
razonando correctamente?
Las pruebas del fuego son las más terribles. Queman todas las impurezas que
impiden a nuestra alma unirse a la Causa primera, la Fuente de todas las
existencias. Para encontrar a Dios, debemos pasar por el fuego purificador.
Omraam Mikhaël Aïvanhov
Re-Publicado por “Isis Alada”
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