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viernes, 13 de febrero de 2015

Toma en serio el trabajo espiritual- Omraam Mikhaël Aïvanhov




Quisierais recibir la ayuda de las entidades celestiales y sus bendiciones, pero ¿cómo van a poder percibiros si no hacéis nada para llamar su atención? Enviadles al menos algunas señales luminosas. ¿Cómo? Proyectando cada día, a través de vuestro corazón, de vuestro intelecto, de vuestra alma y de vuestro espíritu, chispas, fuegos artificiales de colores puros. Cuando los perciban, estas entidades se dirán: «¡Ah!, allí abajo hay una fiesta, ¡vayamos!» Se acercarán, y lo que verán les parecerá tan bello que os cobrarán cariño; incluso puede que decidan habitar en vosotros, y entonces todo os resultará más fácil.
Si hay que tomar en serio el trabajo espiritual, es porque es el único medio de atraer la presencia y la ayuda de los espíritus superiores. Estos espíritus sólo son sensibles a la luz. Pero no a cualquier luz; solamente a aquella que proyectan las criaturas que, con sus pensamientos, sus sentimientos, sus deseos, trabajan para hacer de todo su ser una morada digna de la Divinidad.

El diamante es considerado como la piedra más preciosa. Sin embargo, en el origen, ¿qué es un diamante? Carbono, un mineral de color negro. Pues bien, es este carbono el que, bajo el efecto de una presión formidable y de una temperatura muy alta, se transforma hasta el punto de convertirse en esta piedra tan brillante: el diamante.
Cuando nos maravillamos ante un diamante, consideramos solamente su apariencia y las cualidades que ahora presenta, y no nos paramos en lo que ha debido sufrir para tener este brillo y esta dureza, esta resistencia ante las agresiones que lo hacen tan notable. De la misma manera, cuando nos encontramos ante un gran sabio, ante un gran Iniciado, nos maravillamos de su luz y de la fuerza que emanan de él, y no pensamos en las dificultades sobre las que ha debido triunfar para conquistarlas. La historia del Iniciado es, de alguna manera, análoga a la del diamante. Al principio, quizá tampoco él fuese más que un simple carbono, pero gracias a las presiones enormes que tuvo que soportar (las pruebas), y al gran calor que produjo en él (su amor), se convirtió en un diamante, en un puro brillo de luz. Y aunque su cuerpo físico viva todavía en la tierra, en el plano espiritual brilla sobre la corona de un ángel, de un arcángel, de una divinidad.
Alguien dice: «Antes de comprometerme en una enseñanza espiritual, quiero que me den pruebas irrefutables de la existencia de Dios y de las entidades invisibles… Y quiero también pruebas de la inmortalidad del espíritu y de la vida después de la muerte.» ¡Pobre!, tendrá que esperar mucho tiempo… ¡incluso toda su vida! Y como, mientras tanto, no hará nada, impedirá que sus mejores cualidades se desarrollen.

Un hombre así se parece a aquel que, encontrándose en la oscuridad, no quisiera apretar el botón para encender la luz antes de que le hubiesen explicado cómo funciona toda la instalación, desde la central hasta el interruptor. O como otro que, antes de subirse a un coche, pidiese que le desmontasen el motor y que le expusiesen en detalle la naturaleza y el funcionamiento de cada pieza. ¡La historia no dice cuándo podrán, por fin, alumbrarse o ponerse en camino! ¿Acaso no es más razonable que empiecen por darle al botón eléctrico o por subirse al coche? Después tendrán todo el tiempo que quieran para comprender cómo funciona todo. Pues bien, lo mismo sucede en la vida espiritual. Debemos ponernos a trabajar: comprenderemos las cosas a medida que avancemos en este trabajo
Todo lo que existe en el cielo y sobre la tierra, pero también en las entrañas de la tierra, todo lo que existe en los diferentes reinos de la naturaleza, existe igualmente en el hombre. Esto es lo que explica que, desde el origen, el hombre se vea impulsado a estudiar y comprender el mundo que le rodea. Incluso inconscientemente, es él mismo quien quiere de esta manera estudiar y comprender.
Desgraciadamente, hasta que no conozca las causas profundas de esta tendencia, el hombre se contentará con mirar al exterior, con observar, anotar, grabar lo exterior, sin comprender nunca lo esencial. Todas esas investigaciones acometidas por los científicos para captar cada vez mejor las riquezas prodigiosas de la naturaleza ¡son magníficas! Pero los Iniciados han ido mucho más lejos: profundizando las correspondencias que existen entre el mundo físico y el mundo psíquico, han extendido hasta el infinito los límites de su conciencia, y nosotros debemos seguirles por este camino.

Cuando hablamos de la vida, debemos tener conciencia de que en ella están comprendidas la totalidad de las existencias. Es de esta vida total, inmensa, de la que todas las criaturas se alimentan. También puede decirse que ellas se alimentan de la vida de unas y otras.
Cuando estáis habitados por pensamientos y sentimientos egoístas, injustos, malévolos, es como si hubieseis tomado un alimento en las regiones inferiores de la vida. Al aceptarlos, no sólo los reforzáis, sino que, como estos pensamientos y estos sentimientos emiten también ondas que se propagan, proyectáis efluvios malsanos, con los que se alimentarán las personas que hayan descendido hasta este nivel de conciencia, e incluso las entidades infernales. Mientras que, si os esforzáis en mantener en vosotros pensamientos y sentimientos luminosos, armoniosos, no sólo os conectaréis con las entidades superiores, sino que este alimento servirá para alimentar a las criaturas luminosas; y entonces viviréis en ellas, porque las habréis alimentado. Estad pues vigilantes, sabiendo que sólo depende de vosotros el alimento que vais a recibir y el que vais a dar.

Para evolucionar debemos pasar exámenes, afrontar grandes pruebas. Sufriremos, desde luego, pero si los superamos, sabremos al menos de lo que somos capaces. Estas pruebas están en relación con los cuatro elementos: la tierra, el agua, el aire y el fuego. A lo largo de nuestra vida, estas pruebas no cesan de presentarse a nosotros.
Las pruebas de la tierra son como seísmos, verifican nuestra voluntad, nuestra paciencia y nuestra estabilidad. ¿Son nuestras bases suficientemente sólidas, como lo son las bases de las pirámides?
Las pruebas del agua afectan al mundo de los sentimientos. Nos sumergen en las mareas negras del odio, de la traición, y el amor que hay en nosotros debe poder neutralizar todos estos venenos.
Las pruebas del aire son producidas por los tornados y los huracanes. ¿Va a perder nuestro intelecto su dirección, o seguirá viendo con claridad y razonando correctamente?

Las pruebas del fuego son las más terribles. Queman todas las impurezas que impiden a nuestra alma unirse a la Causa primera, la Fuente de todas las existencias. Para encontrar a Dios, debemos pasar por el fuego purificador.
Omraam Mikhaël Aïvanhov

Re-Publicado por “Isis Alada”




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