Un cuento para entender el nacimiento de una raza – inspirada en
los escritos de Robert Morningsky y de otras cosas que me han contado por ahí
arriba.
En aquel remoto y
lejano monasterio, donde una vez el anciano monje le explicó al joven discípulo
la historia sobre los Jardineros de la
Tierra, (parte 2 – parte 3) http://isialada.blogspot.com.es/2015/01/los-jardineros-de-la-tierra-1-2-y-3.html
“Ha sucedido en tantos
mundos- dijo el anciano monje – en tantas y tantas formas a lo largo de nuestro
universo, que nadie podrá decirte nunca cuantas especies diferentes existen ahí
arriba, en el firmamento. Los elementos que proporcionan la vida, la crean y la
dotan de conciencia, se mueven de un sitio a otro, sembrándola de mil formas
distintas… esa es la maravilla de la creación, en la que existen muchas, pero
muchas formas de vida diferentes, cada una con sus propias características y
peculiaridades. Cuando miréis hacia el cielo, no penséis que toda la vida es
como la conocemos nosotros, pues cada célula, cada núcleo, que apareció en cada
uno de esos mundos, dio lugar a diferentes razas y especies, y cada raza ha
evolucionado por un camino diferente…
Recordad esto, jóvenes
estudiantes, la hormiga que sube por el tronco de ese árbol donde os apoyáis no
puede reconoceros como el ser humano que está a su lado mirándola. El ser
humano se encuentra fuera de la realidad de la hormiga, y representa una forma
de vida inconcebible para ella. Sus sentidos no son capaces de registrar la
forma completa de lo que significa un ser humano. De la misma forma, los
sentidos de la humanidad no son capaces de registrar y percibir la mayoría de
formas de vida que existen más allá de nuestra comprensión, pues incluso los
mejores instrumentos de nuestra ciencia no son más que extensiones de nuestros
sentidos físicos. Para la hormiga, somos tan grandes, tan incomprensibles, que
no puede imaginar que somos también una forma de vida como ella, así como para
el ser humano existen formas de vida que cumplen la misma regla que nosotros
respecto a la hormiga.
En nuestra galaxia,
existen prácticamente tantas formas de vida como estrellas en ella, y la cosa
más curiosa, quizás, es que la forma humanoide tal y como la conocemos es
bastante común, quizás no para todas las especies que la habitan, pero desde
luego no es la excepción. Sin embargo, la forma humanoide representa solo una
configuración, pues os hablo de tener unas extremidades que nos permitan andar,
unas que nos permitan asir cosas, un tronco y una cabeza, y esta forma ha
evolucionado así desde muchos caminos diferentes, pues hay especies así que
nacieron del desarrollo de lo que llamamos insectos, otros nacieron de aquello
que relacionaríamos con peces, otros de especies homínidas y otros que
evolucionaron desde una base reptoide o sauria.
- Maestro, por favor,
explícanos el desarrollo de esas especies…¿como llegaron a ser seres
conscientes?…
- Eso haremos, pues
precisamente varias de estas razas son la causa de que estemos nosotros aquí, y
son la razón de la forma de vida que tenemos en este planeta. Quizás esto os
haga sentir incómodos, pero recordad lo siguiente: lo importante cuando uno
busca comprender las cosas es que no puede esconderse de los hechos, la verdad
no se camufla en como nos gustarían que fueran o hubiesen sido los eventos,
sino en aceptar lo que fue como fue. Sigamos ahora…
Hace mucho mucho
tiempo, en un nuevo mundo, todavía en formación y cubierto con una niebla
verde, en algún sitio cerca de la superficie de los recién creados océanos,
pequeñas y diminutas criaturas nacían a la vida, y se convertían en las
primeras formas de vida de ese planeta verde. Estas pequeñas criaturas vivían
justo entre las aguas profundas y frías, y el mundo demasiado soleado y
brillante de las aguas de la superficie. Con cada generación, las larvas se
acercaban un poco más a esta, y poco a poco fueron también acercándose a tierra
firme. Muchas de estas formas primitivas nunca sobrevivieron a los cambios que
el planeta sufría, pero otras muchas fueron adaptándose y enfrentándose a las
condiciones de la vida en la tierra, fuera del agua. Aprendieron a nutrirse de
las plantas y la vegetación, y se fueron haciendo mas fuertes y grandes, se
multiplicaron y se hicieron enormes en número, tanto que muchas empezaron a
combatir por los pocos recursos que había en las cercanías y también empezaron
a nutrirse unas de otras. El instinto de supervivencia hizo que solo las más
fuertes sobrevivieran en cada generación. A medida que los milenios pasaban,
algunas desarrollaron pequeñas patas y extremidades, sus pieles se hicieron más
duras, y los músculos que les permitían desplazarse crecieron y evolucionaron,
aun no siendo nada más que pequeños insectos. Desarrollaron órganos pulmonares
para dotarse de mayor capacidad respiratoria, y así la primera camada de
especies reptantes nació en el nubloso planeta verde.
La vida en este lugar
no era demasiado placida para estas pequeñas criaturas, era una lucha constante
por sobrevivir y que durante millones de años las pequeñas especies luchaban
entre ellas por los recursos, para obtenerlos, o para no ser el recurso de
otros. Algunas desarrollaron pequeñas alas, para poder defenderse de otras
especies o alcanzar comida situada en lugares más altos, y de nuevo, milenio
tras milenio las pequeñas criaturas reptantes fueron cada vez más fuertes,
agiles y mortales. Poco a poco, fue lo que conocemos como libélulas, aunque
quizás en otro orden de magnitud y tamaño, la especie que en ese mundo empezó a
dominar a las demás en el planeta verde, aunque podríamos decir que tenia una
apariencia semejante a un cruce entre abeja y libélula, y se le llamaba “kheb”.
El kheb, fue
evolucionando, creciendo en su instinto predador, conformando una forma de vida
basada solo en la supervivencia, el ataque y la defensa de las otras especies
de insectos y animales que habían florecido en el mismo planeta, y cuyos
mecanismos de defensa también habían evolucionado, lo cual llevó a los khebs,
por sus orígenes acuáticos, a mantener su mecanismo de reproducción mediante
huevos ocultos en aguas poco profundas y tranquilas. Cuando un kheb nacía, su
esqueleto parecía como un pequeño escorpión, con una especie de cola que los
hacia aptos para poder defenderse de presuntos depredadores aun en su más
tierna infancia. Sin embargo, debido al instinto predador de la raza, los khebs
luchaban entre ellos mismos nada más nacer por los recursos y el territorio, y
la especie crecía cada vez siendo más violenta en comportamiento respecto a las
otras formas de vida animal del entorno.
La adaptación al medio
era el único modo de salir adelante, y el kheb aprendió a hacer algo que
ninguna otra especie del planeta verde sabia hacer hasta entonces. Aprendió a
mutar dos veces en su vida para convertirse en un espécimen adulto, dos cambios
completos de cuerpo, dos mutaciones. La primera ocurría nada más los pequeños
kheb-escorpiones alcanzaban la edad madura, en la que, entonces, se anclaban a
un árbol o a una roca y dejaban que su piel exterior se endureciera y se
convirtiera en una potente y robusta coraza, protegiendo sus órganos
interiores, que también empezaron a cambiar poco a poco. El kheb, tras esta
mutación, ya no tenia pinta de escorpión, sino mas bien se parecía a una mantis.
Empezando a parecerse poco a poco cada vez más al saurio en el que un día se
convertiría, el kheb fue desarrollando sus habilidades predatorias con mayor
eficacia…
Un escalofrió recorrió la espalda de los alumnos…pues
acababan de darse cuenta que este kheb era el ancestro de algunas de las razas
de la que ellos tanto habían oído hablar…
Continuará…
Re-Publicado por “Isis Alada”
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