NUESTRA INFANCIA DETERMINA AL ADULTO QUE SOMOS
Estudiando dentro de la Biodescodificación,
al Proyecto Sentido, mismo que dice que nuestra personalidad se determina desde
6 meses antes de ser concebidos y hasta los 7 años, llegamos a la conclusión de
que además de nuestros padres, recibimos influencia de todo aquello que rodea nuestra
vida.
La familia, los amigos de los padres, los
vecinos, los paseos, las vacaciones, los juguetes, nuestra alimentación, la
música que se escucha en casa o en la calle, nuestras caídas y raspones, la
rutina familiar, los dramas, los programas de televisión que vimos, los juegos
que jugamos, los problemas, la economía, etc.
Es así, como independientemente de nuestra
personalidad, adquirimos miedos o valor sin proponérnoslo. La calidad de
nuestra vida, determina la autoestima que vayamos acumulando, la confianza que
vamos fortaleciendo y la seguridad con la que de adultos, nos manejemos. Y es
así, como se cumple la máxima de que “infancia
crea destino”.
Lisa
Bourbeau, escribió al respecto de
5 heridas emocionales que surgen justamente en nuestra etapa infantil. 5
heridas, que con el pasar de los años, nos obligan a vivir de adultos un sin
fin de problemas y sobre todo, a vivir tristes y desvalorizados.
1. Miedo al abandono
Al parecer, el daño más grave de una
infancia. Tener miedo a ser abandonados, puede ser literal o simbólico
(recuerden eso, siempre que hablemos de Biodescodificación), puede ser que nos
padres hayan muerto y nos hayamos quedado solos, puede ser que el padre o la
madre hayan dejado la casa, puede ser que simplemente, nuestros padres nos
dejaban a cargo de los abuelos todos los días, etc.
Puede ser entonces, un abandono emocional,
físico o psicológico. Si hemos sentido que en nuestra infancia, fuimos
abandonados de una cierta manera, de adulto lo reflejaremos en todas nuestras
relaciones. Nuestro pensamiento inconsciente, nos obligará entonces a buscar la
permanente compañía de alguien, quien sea. El miedo a estar solos, el miedo a
quedarnos solos, puede propiciar que seamos abandonadores, ¿por qué?, pues
porque es mejor abandonar que ser abandonados. Preferiremos dejar, antes de que
nos dejen.
El miedo al abandono, provocará que seamos
celosos, posesivos, desconfiados y es nuestra obligación, sanar esa percepción
de abandono, antes de dañar, nosotros mismos, nuestras vidas. Es
responsabilidad de uno mismo, comenzar a percibir la soledad de modo diferente,
sin ser víctimas, sin preguntar cómo, simplemente, tomando consciencia de que
podemos ser plenamente felices, disfrutando de nosotros mismos a solas.
2. El miedo al rechazo
Un daño importante que recibimos desde la
infancia, es el sentirnos rechazados. Ya desde la concepción, muchas personas
han sentido el rechazo de la madre, del padre, de la familia, etc. Llegar a una
familia en donde no nos esperaban o no lo hacían con total alegría y amor.
Sentir que nos rechazan por el color de
nuestra piel, por nuestra complexión, por alguna capacidad diferente, por
nuestro modo de hablar o de ser, provoca que nosotros mismos terminemos por
rechazarnos. Pero ojo, una cosa es sentirnos rechazados y que eso nos impulse a
ser mejores y otra muy distinta, es sentirnos rechazados e ir por la vida
mendigando amor.
El miedo al rechazo, puede ser un trampolín
para en realidad superarnos, confiar en nosotros y en nuestras capacidades y
puede a su vez, ser el pretexto perfecto para ir como víctima por la vida,
pidiendo consejos a todo el mundo, quedando bien con todo el mundo, diciendo
que sí a todo el mundo.
Somos seres pensantes, y tenemos perfecta
capacidad para tomar consciencia, de que si en algún momento de nuestra
infancia, alguien nos rechazó, “muy su problema”, estamos en este mundo para ser felices y somos
perfectos.
3. La humillación
Algunas personas, o mejor dicho, algunos
niños, han tenido la desgracia de sufrir humillaciones en la infancia. Y
pareciera raro, extraño, poco común. Pero en realidad existen padres,
totalmente inmaduros, que se “ríen” de las fallas de sus hijos o peor aún, de las fallas
de otros niños.
Existen también, profesores que se burlan
de los niños y los humillan delante de sus compañeritos. Y compañeritos claro,
que humillan a otros, porque es lo que ven en sus casas. Ser humillado, es ser
puesto en evidencia. Se trata de momentos en los que los demás se burlan, ríen,
o critican en grupo una falla mía.
Si de niño o de niña tu mamá te decía que
eras un tarado, delante de tus hermanos, sólo porque habías derramado agua en
la mesa, es una humillación. Si habías orinado tu cama y tu mamá se lo
platicaba a todas sus amigas y familiares y todos hablaban a tus espaldas, eso
es humillación. Si tu maestra te ponía de pie con orejas de burro, delante de
tus compañeritos, eso era humillación.
Ser un adulto con miedo a la humillación,
nos obliga a ser dependientes, a pedir la opinión de todo y te todos para
cualquier cosa que hacemos, porque queremos que todo sea del agrado de todos.
Queremos evitar cualquier juicio a nuestro desempeño, y nos esforzamos tanto,
que nos convertimos en perfeccionistas. Por lo tanto, cruzamos al lado de la
tiranía, y sin darnos cuenta, nos convertimos en humilladores. Aguas con eso.
Un papá o una mamá que hayan sido
humillados de niños, posiblemente se conviertan en papás humilladores, porque
intentarán por todos los medios, que sus hijos sean perfectos, y en su afán
inconsciente por lograrlo, someterán a sus hijos al mismo sufrimiento que ellos
sufrieron.
4. La traición
Cuando uno es adulto, es común que un niño
se nos acerque, nos platique un “secreto” y nos pida que no se lo contemos a su papá o a su
mamá. Parece simple, pero el 99% de los adultos, inmediatamente corremos a
contarlo. ¿Por qué? Porque nos parece chistoso, divertido, inofensivo, casual,
etc.
Pero… ¿qué pasa, si a esa persona a la que
lo platicamos, va con el niño y le reclama algo? El niño obviamente se siente
traicionado y pierde por completo la confianza en nosotros, en los adultos y
hasta en la vida. ¿Y qué tal las promesas que se le hacen a un niño?
Traicionar a un niño por muy simple que
parezca, puede dañarlo de por vida, así como prometerle cosas que jamás llegan.
Y hay una inmensa cantidad de mamás y papás que toman “a broma” los secretos del niño o
las promesas hechas al niño.
Por supuesto hablamos de cosas como :
– “oye tía, la verdad yo perdí mi muñeco, pero no le digas a mi mamá”.
– “oye papá, la verdad no me gusta la sopa de mamá, pero no le digas”.
– “te prometo que el sábado que viene, sí vamos al zoológico”.
– “te prometo que la próxima vez que vengamos, sí te compro esa muñeca”.
– “oye tía, la verdad yo perdí mi muñeco, pero no le digas a mi mamá”.
– “oye papá, la verdad no me gusta la sopa de mamá, pero no le digas”.
– “te prometo que el sábado que viene, sí vamos al zoológico”.
– “te prometo que la próxima vez que vengamos, sí te compro esa muñeca”.
Ese “no
le digas” y ese “te prometo”, de verdad, valen oro para un niño.
Y en determinado caso de que el niño o la
niña sean traicionados o haya vivido gran cantidad de promesas vacías, puede
generar que como adultos no confíen en la autoridades, en sus jefes, en su
pareja, en sus padres. Convierten a todo adulto en una persona amargada,
triste, desconfiada. Porque se pierde la confianza, la fe, la esperanza, la
confianza en los demás.
Haber sufrido traiciones cuando éramos
niños, nos convierte en controladores, en posesivos, en castrantes. Porque como
no confío en nada ni en nadie, debo tener todo atado a mi lado, para saberlo y
sentirlo seguro.
5. La injusticia
Los niños y las niñas, cuentan con un
afinado sentido de justicia en su interior. Saben cuándo un castigo o un premio
es justo. Saben que si se han portado algo mal, no es justo que los premien, y
saben, que si han hecho algo maravilloso o muy bueno, no es justo que los
castiguen. Lamentablemente, los adultos no somos muchas veces conscientes del
entorno del niño. Si un padre o madre están de buenas, todos son mimos y
abrazos. Si un padre o madre están de malas, todo son gritos y zapatos volando.
Entonces comienza una confusión en la mente
inconsciente del niño o niña, porque la justicia está determinada por el estado
de ánimo de los cuidadores. Sean los padres, los tíos, los abuelos, etc. Y si a
mi hermano se le ocurrió caerse cuando yo estaba corriendo, seguramente me
culparán. Y si a mí se me ocurrió romper el florero con el balón, pero el balón
es de mi hermano, con seguridad al que reprenderán será a mi hermano. Porque
por lo general, los padres son injustos la mayor parte del tiempo.
Ser criados y educados en un sistema
injusto, provoca que nos convirtamos en adultos sin poder de decisión, porque
tendremos siempre el miedo, de que aquello que decidamos, sea tomado como bueno
o como malo.
Tendremos miedo de reclamar un cobro exagerado en el recibo de la luz, un mal servicio, una mala atención, un producto en mal estado.
Tendremos miedo de reclamar un cobro exagerado en el recibo de la luz, un mal servicio, una mala atención, un producto en mal estado.
Seremos de los que prefieran “dejar las cosas así”,
antes que provocar olas. Precisamente por nuestro miedo a que nuevamente, los
demás sean injustos, piensen lo que no es y nos afecten.
Por lo tanto, deberemos tomar plena
consciencia del tipo de infancia que vivimos con toda objetividad. Analizar
perfectamente las cosas buenas y malas de papá y mamá. Debemos alejarnos del
romanticismo de “mi infancia fue perfecta”, eso no existe.
Si analizamos detalladamente cada cosa que
nos decían, cada castigo que nos imponían, cada regaño, cada llamada de
atención, cada abrazo, todo. Descubriremos que de una u otra manera, fueron
moldeando al adulto que somos hoy. Y, como adultos, únicamente está en nosotros
mismos, cambiar todo aquello que hoy por hoy, no nos permita vivir en paz y
felices.
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