CADA CÉLULA ES UN PEQUEÑO HOGAR DE CONCIENCIA!
La célula es conocida como la unidad anatómica, fisiológica y de
origen de todo ser vivo. Cada célula es una porción de materia constituida y
organizada capaz de desarrollar todas las actividades asociadas a la vida:
nutrición, relación y reproducción, de tal modo que se puede considerar un ser
con vida propia.
En el interior de las células tienen lugar numerosas reacciones
químicas que les permiten crecer, producir energía y eliminar residuos. La
célula obtiene energía a partir de sus alimentos y elimina las sustancias que
no necesita. Responde a los cambios que ocurren en el ambiente y puede
reproducirse dividiéndose y formando células hijas.
Todos los organismos vivos están formados por células, y según tengan una o más células, pueden ser clasificados en unicelulares (las bacterias, la euglena, la amiba, etc.) y pluricelulares (el hombre, las animales, los árboles, etc.).
El tamaño de las células puede ser muy variado, generalmente son muy pequeñas, para su observación se debe usar un microscopio. El diámetro de una célula puede estar entre 5 y 60 micras. Además, de diferencias de tamaño, las células presentan una amplia variedad de formas (esférica, cubica, aplanada, irregular, poliédrica, de bastón, entre otros).
En un pequeño órgano llamado hipotálamo se fabrican las respuestas
emocionales. Allí, en nuestro cerebro, se encuentra la mayor farmacia que
existe, donde se crean unas partículas llamadas “péptidos”, pequeñas secuencias
de aminoácidos que, combinadas, crean las neurohormonas o neuropéptidos. Ellas
son las responsables de las emociones que sentimos diariamente. Según John
Hagelin, profesor de física y director del Instituto para la ciencia, la
tecnología y la política pública de la Universidad Maharishi, dedicado al
desarrollo de teorías del campo unificado cuántico:
“Hay química para la rabia, para la felicidad, para el sufrimiento, la envidia…”
En el momento en que sentimos una determinada emoción, el
hipotálamo descarga esos péptidos, liberándolos a través de la glándula
pituitaria hasta la sangre, que conectará con las células que tienen esos
receptores en el exterior. El cerebro actúa como una tormenta que descarga los
pensamientos a través de la fisura sináptica. Nadie ha visto nunca un
pensamiento, ni siquiera en los más avanzados laboratorios, pero lo que sí se
ve es la tormenta eléctrica que provoca cada mentalismo, conectando las
neuronas a través de las “fisuras sinápticas”.
Cada célula tiene miles de receptores rodeando su superficie, como abriéndose a esas experiencias emocionales. Candance Pert, poseedora de patentes sobre péptidos modificados y profesora en la universidad de medicina de Georgetown, lo explica así:
“Cada célula es un pequeño hogar de conciencia. Una entrada de un
neuropéptido en una célula equivale a una descarga de bioquímicos que pueden
llegar a modificar el núcleo de la célula”.
Nuestro cerebro crea estos neuropéptidos y nuestras células son las
que se acostumbran a “recibir” cada una de las emociones: ira, angustia,
alegría, envidia, generosidad, pesimismo, optimismo… Al acostumbrarse a ellas,
se crean hábitos de pensamiento.
A través de los millones de terminaciones sinápticas, nuestro
cerebro está continuamente recreándose; un pensamiento o emoción crea una nueva
conexión, que se refuerza cuando pensamos o sentimos “algo” en repetidas
ocasiones. Así es como una persona asocia una determinada situación con una
emoción: una mala experiencia en un ascensor, como quedarse encerrado, puede
hacer que el objeto “ascensor” se asocie al temor a quedarse encerrado. Si no
se interrumpe esa asociación, nuestro cerebro podría relacionar ese
pensamiento-objeto con esa emoción y reforzar esa conexión, conocida en el
ámbito de la psicología como “fobia” o “miedo”.
Todos los hábitos y adicciones operan con la misma mecánica. Un
miedo (a no dormir, a hablar en público, a enamorarse) puede hacer que
recurramos a una pastilla, una droga o un tipo de pensamiento nocivo. El
objetivo inconsciente es “engañar” a nuestras células con otra emoción
diferente, generalmente, algo que nos excite, “distrayéndonos” del miedo. De
esta manera, cada vez que volvamos a esa situación, el miedo nos conectará,
inevitablemente, con la “solución”, es decir, con la adicción. Detrás de cada
adicción (drogas, personas, bebida, juego, sexo, televisión) hay pues un miedo
insertado en la memoria celular.
La buena noticia es que, en cuanto rompemos ese círculo vicioso, en
cuanto quebramos esa conexión, el cerebro crea otro puente entre neuronas que
es el “pasaje a la liberación”. Porque, como ha demostrado el Instituto
Tecnológico de Massachussets en sus investigaciones con Lamas budistas en
estado de meditación, nuestro cerebro está permanentemente rehaciéndose,
incluso, en la ancianidad. Por ello, se puede desaprender y reaprender nuevas
formas de vivir las emociones.
Maria Quintana. (M. Lustig, Difusora de la Luz y el Conocimiento en esta Era de Oro, al servicio de la Humanidad).
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