DON DE TEMOR A DIOS
También el temor es necesario, pero es un temor pleno de amor,
es un susto justificado de perder la amistad de nuestro Padre Dios y de nuestro
amado Jesucristo.
Un enamorado tiembla sólo con pensar en que puede perder a su
amor, a la persona que es la razón de su vida. Se trata de un temor filial, el
temor de Dios. Por supuesto que, al perder a Dios se pierde el cielo donde él
habita con sus santos.
¿Se puede uno imaginar lo terrible que tiene que ocurrir
en el corazón de un misionero, si después de una entrega heroica y sin límites
se queda fuera?
San Pablo lo sintió y debió temblar como la hoja en el árbol,
temía que predicando a los demás, él mismo pudiera ser borrado del libro de la
vida.
El don de temor es sano, muy digno de que lo tomemos en cuenta y de
pedírselo al Espíritu Santo junto con los demás dones y regalos que él nos
hace.
Es bueno que hablemos al Espíritu Santo, descubramos su presencia en
nuestros corazones y agradezcamos el milagro amoroso de revivir dentro de
nosotros, con esa suavidad y fortaleza, solo perceptible cuando nos entregamos
a Él como Abogado nuestro ante el Padre, que no cesa de interceder por nosotros
“con gemidos inefables”.
María Magdalena
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