Salto en El Tiempo:
Año 26 Conversación con Jesús de Nazaret (Yuy) Primera
Parte I
“Cuando hayáis acabado aquí abajo, cuando
completéis vuestro recorrido de prueba en la carne, cuando el polvo que forma
el tabernáculo mortal sea devuelto a la tierra de donde procede, entonces, sólo
entonces, el Espíritu que os habita retornará al Dios que os lo ha regalado”
…/…
En un momento de nuestra conversación, Jesús me dijo:
·
Pues bien, para llegar
a ser un Dios, primero tienes que aprender a delegar.
Sonrió y continuó
descendiendo en mi torpe inteligencia.
·
Él, Ab-bà (Dios Padre)
es la luz. Él llega y lo perfuma todo, pero, previamente, otros, su “gente”
(infinidad de seres de luz), han colaborado en el prodigio. Son incontables las
criaturas que participan en la belleza, en el amor o en el simple avance de las
leyes físicas y espirituales. Lo visible está lleno, pero lo invisible
está repleto.
Comprendí, pero no
comprendí. Jesús lo notó, y tomó el frasco azul entre los dedos. Me lo mostró,
y preguntó:
·
¿Qué es?
·
Un perfume, Señor…
·
Pero ¿cómo se obtiene?
·
Gracias a las plantas,
a la luz, y a cuanto rodea al sándalo, y a la jara, y a la mandarina…
·
Todos hacen el
milagro. Todos participan…
Así era. Las esencias,
que posteriormente se convierten en aceites esenciales o perfumes, mediante
presión o destilación al vapor, aparecen en las plantas como un auténtico
“juego de manos” de la naturaleza. Y todas ellas como si de una orquesta se
tratara. El Maestro (Jesús) hablaba con razón. Todas colaboran, aunque nada
hubiera sido posible sin la luz.
Sí, Padre/Madre perfuma
con la luz…
Mensaje recibido.
·
El Padre y su “gente”
–repitió Jesús, sin disimular su satisfacción-. ¿Trabajan o no trabajan bien?
·
Muy bien, Señor…
Y me atreví a ir un
poco más allá en nuestra primera conversación en Beits Ids. Él aceptó,
encantado.
– Y Él está ahí, en lo
grande y en lo pequeño. ¿Sabes de algún lugar donde no está Padre?
Sin querer, empezaba a
plantear determinadas cuestiones. Él lo percibió, y sonrió, pícaro.
·
Todo lo que es, o
existe, lo es porque Él lo ha imaginando previamente…
Dejó que soltara la
imaginación, y que me aproximara a su pensamiento. No sé si lo conseguí.
·
… Más aún –continuó-:
Lo que no es… también es suyo.
·
¿Quieres decir, Señor,
que lo que vemos, o sentimos, ha sido imaginado previamente?
Asintió en silencio, y
divertido. Sabía muy bien adónde quería ir a parar.
·
Entonces, cuando
nosotros imaginamos…
·
No, hermano, (omito el
nombre de quien está con Jesús) no confundas mis palabras. Yo no he dicho eso. El
Padre imagina y Es. El ser humano imagina porque ya Es. Ésa es
una de las grandes diferencias entre los hombres y Dios.
·
Un momento –le
interrumpí, ciertamente sorprendido-, ¿quieres decir que no podemos imaginar si
lo imaginado no ha existido con anterioridad?
·
Así es…
·
¿Todo?
·
Todo –replicó,
rotundo-. Absolutamente todo…
·
No consigo entenderlo…
·
Es lógico. Estás al
principio del camino. El Padre es más listo que tú…
Esta vez fui yo quien
asintió en silencio. Ya lo creo que lo es. Jamás hubiera imaginado que mis
sueños, mis deseos, incluso mis iniquidades, pudieran haber existido con
antelación a mi propia realidad.
·
No te atormentes ahora
con eso –terció, oportuno-. Ni siquiera Dios es el final…
·
Me asombra tu
familiaridad para con Él. Es difícil acostumbrarse. ¿Por qué le hablas así al
Padre?
·
¿Crees que es Dios del
miedo?
·
Tú enseñas lo
contrario, pero…
·
Lo sé, mi madre, mis
hermanos/as, éstos, mis pequeñuelos de ahora, han sido educados en un Dios al
que hay que temer. Lo sabes muy bien: yo he venido a cambiar eso. ¿Cómo puedes
sentir miedo de la luz, que te ayuda y te vivifica? ¿Cómo debo hablar con el
amor?
Y dibujó en el aire la
palabra áhab (Amor).
Entendí: con mayúscula…
– Con el Amor, querido mensajero,
ni siquiera es preciso hablar. Pero, si lo haces, hazlo con la confianza, con
el respeto, con la admiración, con la alegría y, sobre todo, con la sencillez
que proporciona un amigo…
Dudó.
·
El Padre es más que un
amigo, y más que una novia o un novio. Háblale si lo deseas, como te hablas a
ti mismo. En realidad, aunque no lo sepas, le estarás a hablando a Él.
·
Sin miedo…
·
-¿Concibes la luz como
un juez? ¿Crees que el Amor lleva las cuentas? ¿Para qué está el perfume?
¿Sientes miedo cuando me hablas?
Negué de inmediato.
Podía sentir otros sentimientos, muchos, pero jamás el miedo. Aquellos ojos,
como la miel líquida, no habían nacido para asustar o dominar. Eso lo sé, y
siempre lo he defendido. La mirada del Hijo del Hombre era un refugio…
·
Hablar con el Padre…,
como si fuera un amigo, y a cualquier hora, como tú…
·
Así es. No importa
cuándo, ni por qué. Para hablar con Él no necesitas un motivo. ¿Necesitas una
razón para soñar o para amar?
·
Pero si me dirijo a
Él, tiene que ser por algo…
·
Sí, ésa es otra
equivocación que me gustaría corregir. Al Amor no conviene pedirle nada. Es un
error y, además, una pérdida de tiempo. Tú estás enamorado…
Me estremecí. (El que
habla… estaba enamorado de la hermana de sangre de Jesús: Ma´ch) Sabía que lo
sabía, pero, así, de pronto…
·
… y jamás le has
pedido nada. Al contrario…
La penumbra de la
cueva llegó en mi auxilio. Supongo que estaba rojo, como una amapola. Pero Él
pasó sobre mi inquietud de puntillas, como si no tuviera importancia. Querida
Ma´ch Él lo sabía.
·
Si hablas con el Padre
–prosiguió con una sonrisa de complicidad-, no pierdas el tiempo. No solicites
lo que ya tienes o tendrás.
Y aclaró:
– … Si Él te imagina,
y es obvio que así es, puesto que estás ahí, frente a mí, Él lo hace con lo
necesario para tu supervivencia. Tú no dependes de ti mismo, aunque creas lo
contrario, sino de Él que está Dentro De Ti. Pues bien, si existes, porque te
ha imaginado, ¿por qué te preocupas de lo material? En el amor, como en el
perfume, todo se ordena mágica y benéficamente.
– Entonces –lo
interrogué con un hilo de voz-, ¿qué debo pedir?
– ¿Qué me pides a mí,
cuando estamos juntos?
Buena pregunta. Y me
hizo pensar. Jamás le pedí un favor, nada físico. Me bastaba con su compañía y,
sobre todo, con su palabra.
Leyó mis pensamientos
y movió afirmativamente. Después, recreándose, manifestó.
·
Oírle es un placer.
¿Te parece poco? Además, dada su condición de Padre, siempre regala algo…
·
¿Oír por oír?
·
Ese es el secreto que
abre el corazón del Amor. Cuanto
más quieras, más debes oír… Mejor dicho, más debes oír… Le.
·
¿Y qué regala?
·
¿Y por qué no lo
averiguas por ti mismo? Sólo tienes que asomarte al interior…
Así concluyó la
primera conversación en Beits Ids. El sueño nos rindió y quien esto escribe
entendió, un poco mejor, por qué el Maestro no se sujetaba a las
plegarias tradicionales. Él prefería la luz…Nunca olvidaré aquel histórico
14 de enero, lunes, el verdadero día del Señor…
Retorné al abrigo en
el que dejé al Maestro, y calculé: era muy posible que no hubiera comido en
todo el día anterior. En total, más o menos, unas treinta y tres horas de
ayuno. Y lo observé, complacido. Se sentó frente a las viandas y el mensaf desaparecieron en un
suspiro. Estaba hambriento. Halle un Jesús radiante y feliz, así era el Hijo
del Hombre, de un humor inalterable, y supe que deseaba hablar, lo necesitaba.
Entonces pregunté
sobre sus planes. ¿Qué pretendía? ¿Por qué se detuvo en aquel paraje? ¿Qué
buscaba en la colina de la “oscuridad”?
Y habló, y lo hizo con
pasión y convencido. Quien esto escribe se limitó a oír y a preguntar. Ojalá
fuera capaz de transcribir lo que puso ante mí. Parte de lo que dijo sigue
siendo un misterio, lo confieso. Algunos temas me desbordaron.
Jesús me recordó algo
que ya había intuido. Aquel lunes, 14 de enero del año 26 d.c., fue el
“estreno” –las palabras no me ayudan- del Galileo como Hombre-Dios. Como dije,
el día del Señor, su “inauguración oficial” como Dios hecho hombre, o como
hombre que recibe la naturaleza divina. A partir de ese mediodía, nada fue
igual. El viejo sueño de Jesús –hacer siempre la voluntad de Ab-bà (Dios)- se
convirtió en algo inherente (inseparable) a la doble recién estrenada
naturaleza del Hijo del Hombre. Hacer la voluntad del Padre Azul formó parte de
su sangre y de su inteligencia. Él guía. Así llegó a Beit Ids. Fue su Padre
quien lo llevó prácticamente de la mano. Beit Ids, con sus colinas, sus badu y sus silencios, fue el
paraje idóneo para que el Maestro meditara sobre sí mismo y sobre lo que
pretendía.
¿Cuál era su
objetivo?: despertar al ser humano, zarandearlo, si era preciso, y anunciarle
la buena nueva. No todo era oscuridad. No todo era miedo y desesperación. Él
estaba allí para gritar que Dios, el Padre, no es lo que dicen. Él decidió
quedarse en la Tierra para destapar la esperanza. Nuestro mundo, por razones
que nos llevarían muy lejos, permanece en las tinieblas. Nadie sabe realmente
por qué nace, por qué vive, y, sobre todo, que le espera después. Esa era la
clave. A eso vino el Hijo del Hombre: a mostrar la cara de Dios-Padre que no
lleva cuentas, que no castiga, al que no es posible ofender, aunque lo
pretendamos, y que, al imaginarnos, al crearnos (Madre Divina), nos
regala la Inmortalidad. ¡Inmortales desde que somos imaginados! Había llegado
la hora de disipar las tinieblas y abrirse paso hacia la luz: el Padre no era
el invento de una mente enfermiza, o de un soñador. El Padre (Espíritu
Madre/Padre) es real, como la roca sobre la que estábamos sentados, o como
los olivos que nos observaban en la lejanía, desconcertados ante las hermosas
palabras del Príncipe Yuy(Jesús).
Lo miré sobrecogido.
Los ojos, color miel, se habían bebido el azul del cielo. Todo era suyo, porque
suya era la verdad. Y ardía en deseos de bajar al mundo y de proclamar ese
“reino” tan distinto, y distante, como revolucionario era el “Amor” en aquella
época (y en esta)…
Un “reino” del
espíritu, que sólo podíamos intuir mientras permanecíamos en la materia. El
“reino” del Padre, el que nos aguardaba después de la muerte: el gran objetivo,
el único, el verdadero… Ése era nuestro destino: un camino
circular. Habíamos partido de Ab-bà (Dios) y a Él volveríamos,
inexorablemente una vez cubiertas las prodigiosas aventuras de la vida y de la
ascensión por los mundos del “no tiempo” y del “no espacio”.
No comprendí bien,
pero lo acepté. Él jamás mentía. Si aseguraba que el verdadero destino,
y nuestra auténtica forma es espiritual (entendida como energía o luz), yo lo
creía. Además de esperanzador, era lógico: el derroche
de la vida sólo es comprensible en la “mente del corazón” que vive porque
siente e imagina…
Pero todo esto –la
revelación del Padre Azul a los seres humanos- debía producirse paso a paso. Lo
he dicho alguna vez: la revelación es como la lluvia. El exceso o la sequía son
perjudiciales. El Maestro lo sabía muy bien. Era necesario esperar, meditar
y, en suma, sujetarse a la voluntad del Padre. Y creí entender el verdadero
significado de las misteriosas palabras: ¿por qué el Hijo del Hombre demoraba
tan espléndido trabajo? A mi mente llegó un nombre: Yehohanan (Juan El
Bautista).
Si Jesús hubiera
iniciado su período de predicación ese mismo lunes, 14 de enero, ¿qué habría
sucedido? ¿Cómo hubieran reaccionado Abner y el resto de los discípulos? Si el
Maestro seleccionaba a sus propios íntimos, y arrancaba como predicador, ¿qué
clase de reacción habría provocado en los seguidores de Juan El Bautista que
creían en un Dios vengativo? Era
necesario que El Bautista le reconociera a ÉL. El Maestro pretendía algo más
trascendental y revolucionario: despertar la esperanza… para siempre.
El Maestro,
inteligentemente, optó por la espera. Sí, paso a paso… El Destino sabía lo que
hacía. Jesús estaba al corriente: los hombres de aquel tiempo (igual
que ahora las distintas iglesias)habían hecho un negocio de los dioses,
incluido el de Sinaí y no resultaría fácil. ¿Alzar la voz y pregonar que existe
un Padre, pero que nada tiene que ver con los treinta mil dioses del panteón
romano o con el Yavé que defendía la pureza racial? ¿Cómo convencer a TANTOS
pueblos de la inutilidad de sus creencias y de lo estéril de las divinidades a
las que temían? Y, sin embargo, Él prendió la llama…
Creía conocer el
porqué, pero lo pregunté. Y Él, dócil, lo explicó como si fuera la primera vez.
Quizá lo fue (para mi “ahora”).
Todo tenía un origen
único. Su encarnación en la Tierra era consecuencia del Amor.
·
¿Amor?
Me observó y me
desnudó. Creo que enrojecí. Obviamente nos referíamos a “amores muy distintos.
Yo pensé en ella Ma`ch (hermana de Jesús), un amor imposible, pero me
equivocaba. Él se refería a otra clase de Amor (con mayúscula).
Mencionó la palabra áhab (más
que enamoramiento). Todo tiene un origen único, pero los humanos, limitados en
la comprensión de Dios, no sabemos distinguir. Una cosa es el amor humano y
otra, muy distinta, el áhab (Amor
del Padre) el que hace Todo posible y lo sostiene: “Así funciona el Amor del
Padre –dijo Jesús-. Está ahí, pero no lo veis.
Dijo que el Amor del
Padre era un “fuego blanco”. Habló del áhab (Amor del Padre) como una “llama” (labá) que no quema, que no es posible
ver con los ojos materiales, pero que “incendia” la nada y proporciona la vida.
Dijo que ese Amor es la “sangre” de lo creado. Nace del Padre y circula de
forma natural, más allá del tiempo y del no tiempo, más allá del espacio y del
no espacio. No es Dios, pero procede de ÉL, y sólo Él es capaz de generarlo.
Sus palabras me recordaron lo que, en nuestro “ahora”, conocemos como
combustible. Eso podría ser eláhab divino:
una gasolina que mueve y da vida, y que es mucho más que amor. No se trataría
de un sentimiento, tal y como la mente humana lo interpreta, sino de mucho más:
pura acción, puro combustible, puro “fuego blanco” que corre por las “tuberías”
de lo creado, y de lo increado, pura fuerza (desconocida), sujeta a las leyes
del universo del espíritu (más desconocido aún), pura “gravedad” que mantiene y
equilibra (totalmente ignorada).
Ahora en la distancia,
me arrepiento de no haber prestado mayor atención a sus palabras. Doy vueltas y
vueltas a lo que manifestó.
Entendí que el Amor,
como gasolina, huele, pero ese olor no es la gasolina. Hoy, los seres humanos
asociamos determinados sentimientos con el Amor del Padre. Estamos convencidos
de que Su Amor es eso: sentimientos químicamente puros. Sí y no. Lo que creí entender
es que los sentimientos que identificamos como Amor divino no son otra
cosa que una consecuencia de esa misteriosa e imparable “fuerza” que brota de
la esencia del Padre. Y todo, absolutamente todo, depende de esa “energía”; una
“fuerza”, insisto, que esta fuera del alcance de la comprensión de los seres
humanos, como el arco iris lo está para el ciego de nacimiento. No
es posible aproximarse siquiera a la realidad del áhab (Amor del Padre), aquí y ahora. En consecuencia,
¿cómo pretender injuriar o molestar, a ese Amor? ¿Es que un insecto está
capacitado para entender la naturaleza de un oleoducto y el sentido del mismo?
Él lo insinuó: pecar contra el Padre, contra el Amor, es tan pretencioso como
ridículo. El hombre está capacitado para ofender a sus semejantes, y a sí
mismo, pero no a lo que está más allá de las fronteras de su inteligencia. De
ser así, ese Dios sólo sería un dios.
Y dijo que el Amor,
esa segunda “gravedad” que lo cohesiona todo, sea visible o invisible, se
derrama sobre nuestra inteligencia, y
surge la poesía, la solidaridad, el sacrificio, la bondad, la genialidad, la
tolerancia, el humor y, por supuesto, el amor. Es un “descenso” lógico
y natural, previsto en las leyes físicas de lo invisible. Utilizó la
palabra najat (“descender”).
Es literalmente correcto que somos una consecuencia del Amor del Padre, del áhab (Amor) de Ab-bà (Padre). Somos
porque Él desciende. Somos porque el Amor nos “incendia”, como no
podría ser otra forma.Por eso la justicia es humana. En las
“tuberías” de los cielos –eso entendí- sólo circula el Amor. La
justicia implica falta de Amor, y eso es inviable en el Padre. Jesús de
Nazaret lo expresó con nitidez: “Cuando despertéis, cuando seáis resucitados,
nadie os juzgará. En el reino de mi Padre no existe la justicia: sólo el áhab (Amor).
El Amor, por tanto,
sólo tiene una lectura: se derrama. Es la ley de leyes, la auténtica Torá. El
que la descubre, o la intuye, entra en el reino de la sabiduría. Y dijo: “El
principio del saber no es el temor de Yavé (Dios), como rezan las escrituras.
Yo he venido a cambiar eso. El sabio lo es, precisamente, porque no teme”. Esa
fue la otra de las claves a incluir en su “declaración de principios”: el miedo
no es compatible con el Amor. Él lo repitió hasta el agotamiento, e incluso lo
grito sin palabras al resucitar.
Pero yo, pendiente del amor
(Ma`ch), casi no presté atención al Amor.
Guardó silencio un
rato y me dejó deambular entre los pensamientos, maltrechos por los nervios.
Entonces, en tono grave, preguntó:
·
¿Por qué te inquieta
esta pequeña luz azul (se refería a una piedra que yo tenía que traer al
“ahora” de aquí), si disfrutas de una infinitamente más intensa y benéfica?
·
¿Una luz? –balbuceé-.
¿Dónde?
Señaló mi pecho y, más
serio, si cabe, proclamó:
·
En el Corazón…
No usó la palabra
aramea leb, sino lebab, con la que indicaban “corazón
y mente”, como un todo.
Sabía que Él sabía lo
de mi amor, y me rendí. Imaginé que la referencia a la “luz”, en el corazón,
era una clara alusión a Ma`ch, su hermana. ¿Una luz más intensa y benéfica? Ni
siquiera me había atrevido a hablar con ella. Era el momento. Lo supe. Tenía que
vaciarme. Nunca más volvería a hablarle de Ma`ch, aquel amor imposible. Y lo
hice. Él me dejó hacer. Escuchó atentamente. Se lo agradecí. Inspiré
profundamente. Me sentí notablemente aliviado.
Él, entonces, me
abrazó con la mirada y, apacible, habló así:
·
Querido hermano, te
contaré algo…
Fue así como supe de
K, una criatura perfecta, andrógina, imaginada por el Padre. Jesús iba mucho
más lejos que mi amor humano.
Continuará.
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Transcripción: José Carlos López Garrido
Transcripción: José Carlos López Garrido
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