¿Hemos
venido a este mundo con una misión concreta?
¿En qué grado estamos determinados y qué podemos
hacer al respecto? Cuando no se tienen las respuestas, y es evidente que no las
tenemos, hay que seguir los pasos de Séneca que decía que el mejor método de
aprendizaje consiste en enseñar a los demás aquello que queremos aprender.
Una bella forma de aprender son los cuentos, a decir
de algunos sabios es el camino más corto entre uno mismo y la verdad. Voy a
comenzar por uno de Almanaque Sanador que contiene una reflexión sobre el
destino familiar:
Su bisabuelo
trabajó en la construcción de los primeros aviones. Sus dos abuelos pilotaron
aviones durante la Segunda Guerra Mundial. Su padre es piloto comercial con
cientos de miles de horas de vuelo. Tratando de escapar de su destino se hizo
buzo profesional y desde entonces sólo encuentra aviones sumergidos.
Con la herencia podemos hacer lo que queremos hacer,
pero esta no puede ser ignorada ni traicionada, según dice Liz Greene. Estamos
igual de condicionados por nuestros padres cuando huimos de lo que ellos fueron
como cuando cumplimos con todas sus expectativas.
Otra forma de ver el destino es como una larga
sucesión de acontecimientos en la que unos influencian a otros. El siguiente
cuento sufí es una buena muestra:
Un día le
preguntaron al Mulá Nasrudin cuál era el significado del destino. En aquel
momento llevaban a un condenado a la horca.
Mirad aquel
pobre hombre, respondió Nasrudin. Si el día que salió con tanta hambre de su
casa y sin una moneda en el bolsillo no se hubiera tropezado con el panadero
que acababa de sacar una bandeja de sus mejores bollos recién horneados. Si su
embriagador aroma no se hubiera apoderado de sus sentidos hasta hacerle alargar
la mano para coger un bollo. Si el panadero no hubiera tenido un cuchillo en el
bolsillo de su mandil y hubiera tenido compasión del pobre hombre en lugar de
lanzarse sobre él blandiendo el arma. Si el panadero hubiera sido más fuerte y
diestro que el pobre ladrón, para esquivar la estocada que este logró desviar.
Si la herida no hubiera pasado e un rasguño, en lugar de acabar con su vida.
Ese hombre hoy no iría a dar con sus huesos al patíbulo.
¿Somos lo que pensamos? Sólo seis pasos son
necesarios, según Gandhi, para ir desde las creencias hasta el destino: “Tus
creencias se convierten en tus pensamientos, tus pensamientos se convierten en
tus palabras, tus palabras se convierten en tus actos, tus actos se convierten
en tus hábitos, tus hábitos se convierten en tus valores y tus valores se
convierten en tu destino”
¿Y si lo que llamamos “destino” sólo fuera nuestro
potencial por desarrollar? ¿Nuestra infelicidad no estará en parte causada por
no atrevernos a reconocer nuestras capacidades latentes e incluso apartarnos de
ellas?
Estoy completamente de acuerdo con Juan Trigo cuando
afirma que somos nuestro propio destino, nuestro propio camino y también
nuestra propia libertad. Si bien es cierto que no podemos escoger el
lugar, ni el tiempo en que hemos ido a nacer, sí podemos averiguar algunas
claves que ese tiempo y momento del nacimiento comportan. El destino no nos
convierte en meros actores. “El sabio gobierna su estrella y el ignorante es
gobernado por ella”, decía Ptolomeo.
PLANO SIN FIN
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