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miércoles, 11 de enero de 2017

¿Hemos venido a este mundo con una misión concreta?



¿Hemos venido a este mundo con una misión concreta?

¿En qué grado estamos determinados y qué podemos hacer al respecto? Cuando no se tienen las respuestas, y es evidente que no las tenemos, hay que seguir los pasos de Séneca que decía que el mejor método de aprendizaje consiste en enseñar a los demás aquello que queremos aprender.
Una bella forma de aprender son los cuentos, a decir de algunos sabios es el camino más corto entre uno mismo y la verdad. Voy a comenzar por uno de Almanaque Sanador que contiene una reflexión sobre el destino familiar:
Su bisabuelo trabajó en la construcción de los primeros aviones. Sus dos abuelos pilotaron aviones durante la Segunda Guerra Mundial. Su padre es piloto comercial con cientos de miles de horas de vuelo. Tratando de escapar de su destino se hizo buzo profesional y desde entonces sólo encuentra aviones sumergidos.
Con la herencia podemos hacer lo que queremos hacer, pero esta no puede ser ignorada ni traicionada, según dice Liz Greene. Estamos igual de condicionados por nuestros padres cuando huimos de lo que ellos fueron como cuando cumplimos con todas sus expectativas.
Otra forma de ver el destino es como una larga sucesión de acontecimientos en la que unos influencian a otros. El siguiente cuento sufí es una buena muestra:
Un día le preguntaron al Mulá Nasrudin cuál era el significado del destino. En aquel momento llevaban a un condenado a la horca.
Mirad aquel pobre hombre, respondió Nasrudin. Si el día que salió con tanta hambre de su casa y sin una moneda en el bolsillo no se hubiera tropezado con el panadero que acababa de sacar una bandeja de sus mejores bollos recién horneados. Si su embriagador aroma no se hubiera apoderado de sus sentidos hasta hacerle alargar la mano para coger un bollo. Si el panadero no hubiera tenido un cuchillo en el bolsillo de su mandil y hubiera tenido compasión del pobre hombre en lugar de lanzarse sobre él blandiendo el arma. Si el panadero hubiera sido más fuerte y diestro que el pobre ladrón, para esquivar la estocada que este logró desviar. Si la herida no hubiera pasado e un rasguño, en lugar de acabar con su vida. Ese hombre hoy no iría a dar con sus huesos al patíbulo.
¿Somos lo que pensamos? Sólo seis pasos son necesarios, según Gandhi, para ir desde las creencias hasta el destino: “Tus creencias se convierten en tus pensamientos, tus pensamientos se convierten en tus palabras, tus palabras se convierten en tus actos, tus actos se convierten en tus hábitos, tus hábitos se convierten en tus valores y tus valores se convierten en tu destino”
¿Y si lo que llamamos “destino” sólo fuera nuestro potencial por desarrollar? ¿Nuestra infelicidad no estará en parte causada por no atrevernos a reconocer nuestras capacidades latentes e incluso apartarnos de ellas?
Estoy completamente de acuerdo con Juan Trigo cuando afirma que somos nuestro propio destino, nuestro propio camino y también nuestra propia libertad. Si bien es cierto que no podemos escoger el lugar, ni el tiempo en que hemos ido a nacer, sí podemos averiguar algunas claves que ese tiempo y momento del nacimiento comportan. El destino no nos convierte en meros actores. “El sabio gobierna su estrella y el ignorante es gobernado por ella”, decía Ptolomeo.
 PLANO SIN FIN



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