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jueves, 25 de abril de 2019

EL PROCESO DE ELECCIÓN DE LA FAMILIA EN LA TIERRA.



EL PROCESO DE ELECCIÓN DE LA FAMILIA EN LA TIERRA.

Nuestros Hijos son Almas queridas que viajaron de las estancias del pasado, por las vías de la Reencarnación, desembarcar en el presente, a través de tus brazos, suplicándote auxilio y renovación. Son aquellos mismos compañeros de alegría y sufrimiento, culpa y rescate, en las existencias pasadas, en cuyo clima resbaló en problemas difíciles de resolver. Cuando deja la Tierra, el Espíritu lleva consigo las pasiones o las virtudes inherentes a su naturaleza y se perfecciona en el espacio, o permanece estacionario, hasta que desee recibir la luz.

Después de años de meditaciones y oraciones, el Espíritu se aprovecha de un cuerpo en preparación en la familia de aquel a quien detestó, y pide a los Espíritus encargados de transmitir las órdenes superiores permiso para ir a llenar en la Tierra los destinos de aquel cuerpo que acaba de formarse.

Muchos, por lo tanto, se van llenos de odios violentos y de insaciados deseos de venganza; a algunos de ellos, sin embargo, más adelantados que los demás, se da entreve una partícula de la verdad; aprecian entonces las funestas consecuencias de sus pasiones y son inducidos a tomar buenas resoluciones. Comprende que, para llegar a Dios, el lima sólo es la contraseña: caridad. Ahora bien, no hay caridad sin olvido de los ultrajes y de las injurias; no hay caridad sin perdón, ni con el corazón tomado de odio.

Entonces, mediante inaudito esfuerzo, logran tales Espíritus observar a los que odiaron en la Tierra. Al verlos, sin embargo, la animosidad se les despierta en lo íntimo; se rebelan a la idea de perdonar, y, aún más, a la de abdicarse de sí mismos, sobre todo a la de amar a los que les destruyeron, quizá, los haberes, el honor, la familia. Sin embargo, sacudido queda el corazón de esos infelices. Ellos vacilan, vacilan, agitados por sentimientos contrarios. Si predomina la buena resolución, oran a Dios, imploran a los buenos Espíritus que les den fuerzas, en el momento más decisivo de la prueba.

Por último, después de años de meditaciones y oraciones, el Espíritu se aprovecha de un cuerpo en preparación en la familia de aquel a quien detestó, y pide a los Espíritus encargados de transmitir las órdenes superiores permiso para ir a llenar en la Tierra los destinos de aquel cuerpo que acaba de formar -Si. ¿Cuál será su procedimiento en la familia elegida?

Dependerá de su mayor o menor persistencia en las buenas resoluciones que tomó. El incesante contacto con seres a quienes odió constituye una prueba terrible, bajo la cual no raro sucumbe, si no tiene todavía bastante fuerte la voluntad. Así, conforme prevalece o no la buena resolución, él será el amigo o enemigo de aquellos entre los cuales fue llamado a Vivir. Y como se explican esos odios, esas repulsiones instintivas que se notan de parte de ciertos niños y que parecen injustificables. Nada, en efecto, en aquella existencia ha podido provocar semejante antipatía; para que se le incauta la causa, necesario se vuelve volver la mirada al pasado.

¡Oh espíritas! entiende ahora el gran papel de la humanidad; entiende que cuando produce un cuerpo, el alma que en él encarna viene del espacio para progresar; entera de vuestros deberes y poned todo vuestro amor en acercar a Dios ese alma; tal la misión que os es confiada y cuya recompensa recibiréis, si fielmente a cumplir.

Sus cuidados y la educación que le ayudarán a su perfeccionamiento y su bienestar futuro. Recuerda que cada padre y cada madre preguntará a Dios: ¿Qué has hecho del hijo confiado a tu guardia? Si por culpa Tú se conservó atrasado, tendréis como castigo verlo entre los Espíritus sufrientes, cuando de vosotros dependía que fuese dichoso. Entonces, vosotros mismos, asediados de remordimientos, os pediréis que os sea concedido reparar vuestra falta; pediréis, para vosotros y para él, otra encarnación en que lo rodeéis de mejores cuidados y en que él, lleno de reconocimiento, os retribuirá con su amor.

No escurréis, pues, a la criatura que rechaza a su madre, ni a la que os paga con la ingratitud; no fue el azar que la hizo así y que la dio. La imperfecta intuición del pasado se revela, del cual puedes deducir que uno u otro ya odió mucho, o fue muy ofendido; que uno u otro vino para perdonar o para expiar.

Las madres! abrazar al hijo que os da disgustos y decimos con vosotros mismos: Uno de los dos es culpable. Hacedos merecedores de los gozos divinos que Dios conjugó a la maternidad, enseñando a sus hijos que ellos están en la Tierra para perfeccionarse, amar y bendecir. ¡Pero oh! muchas de vosotros, en vez de eliminar por medio de la educación los malos principios innatos de existencias anteriores, entretener y desarrollar estos principios, por una culposa debilidad, o por descuido, y más tarde, vuestro corazón, ulcerado por la ingratitud de vuestros hijos , será para vosotros, ya en esta vida, un comienzo de expiación.

La tarea no es tan difícil como pueda parecer. No exige el saber del mundo. Pueden desempeñarla así el ignorante como el sabio, y el Espiritismo le facilita el desempeño, dando a conocer la causa de las imperfecciones del alma humana.

Desde pequeñita, el niño manifiesta los instintos buenos o malos que trae de su existencia anterior. A estudiarlos deben los padres aplicarse. Todos los males se originan del egoísmo y del orgullo. Expresen, pues, a los padres los menores indicios reveladores del gérmen de tales vicios y cuidan de combatirlos, sin esperar que lancen raíces profundas.

Haced como el buen jardinero, que corta los brotes defectuosos a medida que los ve apuntar en el árbol. Si dejan que se desarrollen el egoísmo y el orgullo, no se sorprendan de ser más tarde pagados con la ingratitud. Cuando los padres han hecho todo lo que deben por el adelantamiento moral de sus hijos, si no alcanzan éxito, no tienen que inculparse a sí mismos y pueden conservar tranquilidad la conciencia.

La amargura muy natural que entonces les viene de la improductividad de sus esfuerzos, Dios reserva grande e inmenso consuelo, en la certeza de que se trata sólo de un retraso, que concedido les será concluir en otra existencia la obra ahora comenzada y que un día el hijo ingrato los recompensará con su amor.

Dios no da prueba superior a las fuerzas del que la pide; sólo permite las que se pueden cumplir. Si esto no sucede, no es que falte posibilidad: falta la voluntad. En efecto, cuántos hay que, en vez de resistir a los malos pendientes, se complacen en ellos. A éstos quedan reservados el llanto y los gemidos en existencias posteriores.

Admira, sin embargo, la bondad de Dios, que nunca cierra la puerta al arrepentimiento. Viene un día en que al culpable, cansado de sufrir, con el orgullo al final abatido, Dios abre los brazos para recibir al hijo pródigo que se le arroja a los pies. Las pruebas rudas, me oye bien, son casi siempre indicio de un fin de sufrimiento y de un perfeccionamiento del Espíritu, cuando aceptadas con el pensamiento en Dios. Y un momento supremo, en el que, sobre todo, cumple al Espíritu no fallecer murmurando, si no quiere perder el fruto de tales pruebas y tener que recomenzar.

En vez de que os quejáis, agradecer a Dios la ocasión que os proporciona de vencer, a fin de deferir el premio de la victoria. Entonces, saliendo del torbellino del mundo terrestre, cuando entréis en el mundo de los Espíritus, seréis allí aclamados como el soldado que sale triunfante de la refriega.

De todas las pruebas, las más duras son las que afectan el corazón. Uno, que soporta con coraje la miseria y las privaciones materiales, sucumbe al peso de las amarguras domésticas, punzonado de la ingratitud de los suyos. Oh! ¡qué apacible angustia esa! Pero, en tales circunstancias, que más puede, eficazmente, restablecer el coraje moral, que el conocimiento de las causas del mal y la certeza de que, si bien hay prolongados despedazamientos dalma, no hay desesperaciones eternas, porque no es posible de la voluntad de Dios que su criatura sufra indefinidamente?

¿Qué de más reconfortante, de más animador que la idea que de cada uno de sus esfuerzos es que depende abreviar el sufrimiento, mediante la destrucción, en sí, de las causas del mal? Para ello, sin embargo, es preciso que el hombre no retenga en la Tierra la mirada y sólo vea una existencia; que se eleve, a pararse en el infinito del pasado y del futuro. Entonces, la justicia infinita de Dios se les patenta, y esperáis con paciencia, porque explicable se os vuelve lo que en la Tierra os parecía verdaderas monstruosidades.

Las heridas que allí se abren, pasáis a considerarlas simples arañazos. En ese golpe de vista lanzado sobre el conjunto, los lazos de familia se os presentan bajo su aspecto real. Ya no veis, a ligarles los miembros, sólo los frágiles lazos de la materia; ve, sí, los lazos duraderos del Espíritu, que se perpetúan y consolidan con el depurarse, en vez de que se rompen por efecto de la reencarnación.

Las familias los Espíritus que la analogía de los gustos, la identidad del progreso moral y el afecto inducen a reunirse. Estos mismos Espíritus, en sus migraciones terrenas, se buscan, para gruñirse, como lo hacen en el espacio, originándose de ahí las familias unidas y homogéneas.

Si, en sus peregrinaciones, ocurre quedarse temporalmente separados, más tarde se vuelven, venturosos por los nuevos progresos que realizaron. Pero, como no les corresponde trabajar sólo para sí, permite a Dios que Espíritus menos adelantados se encarnen entre ellos, a fin de recibir consejos y buenos ejemplos, a favor de su progreso. Estos Espíritus se ven a veces a causa de perturbación en medio de aquellos otros, lo que constituye para éstos la prueba y la tarea a desempeñar.

Acogedlos, pues, como hermanos; ayudadlos, y después, en el mundo de los Espíritus, la familia se felicitar por haber salvado algunos náufragos que, a su vez, podrán salvar a otros. - San Agustín. (París, 1862.)

KARDEC, Allan. El Evangelio según el Espiritismo.

Vinhas de Luz






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