Gandalf y el descenso a las profundidades de la psique
POR DAVID TOPÍ
Mi descenso hace unas semanas al abismo del
subconsciente para desenterrar estos temores primarios de los que os he hablado
en los dos últimos artículos, ha supuesto una verdadera tormenta interior, una
caída a un pozo con paredes resbaladizas, y un tener que mirar, cara a cara, a
estos grandes miedos, y otros derivados, que jamás habían sido iluminados tan
directamente en el tiempo en el que llevo trabajando en limpiar mi psique, mi
sistema energético, mis memorias kármicas.
El trabajo con el miedo a los “depredadores”, por
ejemplo, te puede llevar unos días, mientras lo sacas a la superficie,
remueves, y transmutas, a saltar alarmado y ponerte en tensión con solo que
algún extraño te pare en la calle para preguntarte la hora. Mi miedo al
abandono, traído desde lo profundo del subconsciente y transmutándose poco
a poco, me llevó a sentir y creer que, literalmente, me encontraba solo en el
mundo, y me cerré durante varios días a todos, y todo, a mi alrededor para no
tener que “sufrir” al reconocerme así.
Cuánto dura el proceso de sacar esto a la luz, verlo
frente a frente, y tratar de desmontarlo, es algo imposible de predecir.
Aquellos que nos asisten, que llamamos guías, que llamamos protectores, movían
fichas alrededor para mostrar que me acompañaban en el camino. Cuanto más
quería estar solo para huir del mundo que me prendaba, más gente aparecía por
doquier de “visita” o de “pasaba por aquí a saludar”. Cuanto más débil estaba
(mentalmente), más parecía acumularse la energía a mí alrededor. Y todo esto,
percibido solo dentro de la psique de uno mismo, pues de “cara al exterior”, ni
una sola expresión o acto ha denotado, excepto los cambios de humor para con mi
familia, la lucha interna que se vive al tener la idea, y llevarla a la
práctica, de enfrentarte a tus demonios.
Otro ciclo de alquimia
interior
Hace algunas semanas,
cuando os hablaba de la alquimiainterior, y sus fases,
posiblemente no dije que esto no es un proceso lineal, que se hace una vez y
listo. Es un proceso cíclico, pasas por una fase de ennegrecimiento (buscar y
detectar miedos, y aspectos negativos de uno mismo), te mueves a la fase de
blanqueamiento, para sanarlos y transmutarlos, entras en una temporada en la
fase de enrojecimiento y te sientes vivo y limpio como nunca. Pasa un cierto
tiempo, y algo detona (tu ser, tus guías, tu Yo superior), el inicio de otro
ciclo. Y esta vez la fase de ennegrecimiento te lleva más hondo que la
anterior, por lo que se hace más complejo enfrentarla y limpiarlo, y salir de
ella.
Ahora, superado este último paso, recientemente veo
que fue eso, otra vuelta cíclica del mismo proceso alquímico, de ir a reconocer
de nuevo las impurezas presentes en uno, seguido por la fase de blanqueamiento,
la limpieza y transmutación de estas, pasando de nuevo a sentirte pletórico y
tranquilo, en paz con el mundo y con uno mismo.
De Gandalf el Gris a
Gandalf el Blanco
Todos habéis visto,
imagino, la trilogía de El Señor
de los Anillos, para mí, una de las que presenta el mayor número de
simbolismos y alegorías de todo tipo, muchas de ellas con profundo trasfondo
“evolutivo” acerca del ser humano. A mí siempre me ha gustado el papel de
Gandalf, que empieza siendo Gandalf el
Gris, el mago que tiene componentes y partes de sí que pertenecen tanto
al lado o polaridad positiva, como al lado o polaridad negativa. Sus luces y
sus sombras. El blanco y el negro, mezclado, nos da el gris, el estado en el
que la mayoría de seres humanos nos encontramos en nuestro planeta.
En un momento de la trama, el grupo que acompaña a
Frodo, el portador del anillo, debe decidir qué camino escoger para seguir
adelante, debido a obstáculos insurmontables que les impiden el paso por donde
querían ir. Frodo, entonces, decide que irán por el reino de las montañas
llamado Moria. Gandalf reacciona con horror ante tal posibilidad, no quiere ir,
tiene miedo, ya que conoce que algo se oculta en las entrañas de Moria, en las
minas. Un mal que no quiere enfrentar, y que, simbólicamente, representa un
viaje para enfrentarse a los aspectos más negativos de uno mismo.
Aunque Moria, como
tal, es el nombre del monte en el que el Génesis narra cómo subió Abraham con
su primogénito Isaac para sacrificarlo a Dios, y también significa en hebreo “Dios proveerá”, sus raíces más
antiguas se hallan en las tradiciones orientales esotéricas, y significa,
literalmente, “los aspectos más
oscuros de la mente subconsciente”. Ir a Moria es descender al
abismo de lo más oscuro de uno mismo.
Así, Gandalf, en el
interior de Moria, se encuentra a un terrible demonio, llamado Balrog, cuyo
nombre, curiosamente, recuerda al del dios Baal de los cananeos, el dios del
mundo oculto, entre otras atribuciones, así como al dios Bel, fenicio y
babilónico, también asociado al Sol, pero en su lado oscuro, el lado oscuro del
conocimiento, el lado oscuro del poder (recordad el artículo sobre los sacrificiosa Bel de hace algunos días). Siguiendo con la historia, Gandalf
se bate con el demonio Balrog, y lo hace porque sabe que no tiene otro remedio.
No quiere hacerlo, quiere evitarlo si puede, pero, cuando llegan a Moria, sabe
que tiene que enfrentarse al mismo. En una de las escenas de la lucha,
voluntariamente se deja caer y arrastrar al abismo con Balrog, que le tiene
sujeto, sin intentar por ningún otro medio escapar de la pelea o huir del
mismo.
El abismo al que caen
es el abismo de la mente, el abismo del subconsciente, de lo oscuro, y en él se
bate con el demonio, su lado oscuro (el lado oscuro de la psique). Solo tras
haberlo hecho, aparece, en la siguiente película, como Gandalf el Blanco, aquel que se ha
purificado, aquel que ha pasado por la fase de blanqueamiento, y ha conseguido
liberarse de las fuerzas de la oscuridad, o al menos de una parte de ellas, que
están presentes, principalmente, en el interior de cada uno.
La perspectiva de haber completado el ciclo te da la
visión global de lo sucedido, pero es realmente un infierno cuando lo estás
pasando, a fin y al cabo, no es nada externo contra lo que estás luchando, así
que pocas señales de la contienda trascienden a aquellos que te rodean, sin
embargo, no hay batalla más cruenta que aquella que se lidia contra lo más
oscuro y recóndito de uno mismo, y que raramente desea ser iluminado.
Todos llevamos un Gandalf Gris dentro, un mago en
potencia, que es capaz de transformar lo más negro de sí mismo en lo más
luminoso y brillante, y salir de la contienda como un nuevo Gandalf Blanco,
para eso, claro, solo hay que hacer una cosa, mirar hacia la Moria interior, y
lanzarse al abismo de lo desconocido. La batalla, ya os digo, por dura que sea,
siempre vale la pena.
POR DAVID TOPÍ
Favor
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