Por David Topí
La rueda del Samsara es un concepto que representa el ciclo de nacimiento,
vida, muerte y reencarnación, en tradiciones como el hinduismo, budismo, jainismo,
bön, sijismo, y también en otras como el gnosticismo, los Rosacruces y otras
religiones filosóficas antiguas del planeta. Según estas enseñanzas, en el
transcurso de cada vida, el Dharma (acciones hechas para el bien) y el Karma
(ley de causa y efecto, acción-reacción, consecuencias de lo
realizado/decidido) determinan el destino futuro de cada ser en su proceso
evolutivo. Este proceso cíclico termina, para todas las tradiciones, con el
logro del moksha (unión con la
Fuente, la Creación, el Todo, etc., etc.).
Como ya hemos hablado
otras veces, el tiempo desde una percepción fuera de nuestro plano y entorno
tridimensional, es simultáneo, un eterno presente, con lo que los conceptos de
pasado y futuro no tienen cabida ni interpretación, lo cual, evidentemente,
hace muy difícil para nuestra percepción real del tiempo, que es lineal,
entender cosas como “la última encarnación”, ya que todas nuestras existencias
están activas en paralelo. Aun así, y por otro lado, es correcto pensar en la
existencia de esa “última” encarnación, la que nos libera de ese ciclo de
aprendizaje en este plano, en este nivel, en este curso evolutivo, si lo
miramos desde la perspectiva de la personalidad que somos y del proceso seguido
por nuestro Yo Superior/ser y nuestra mónada/esencia/partícula
divina/kar-vídico para decidir “cuando”, el conjunto de aprendizajes en esta
“escuela” en la que estamos, ha concluido.
Según como lo
enfoquemos, desde el punto de vista de existencia simultáneo, podemos decir que
la “encarnación” final puede estar sucediendo ahora mismo en el siglo XVII, o
en el siglo II, pues es esa “vida” la que está siendo determinante para que el
conjunto mónada-Yo Superior-Alma no tenga que volver a entrar en el plano
físico. Podría ser que también estuviera sucediendo en lo que nosotros
llamaríamos nuestro futuro, y por tanto, no “hemos llegado” aun a esa “última
vida”. Evidentemente, también podemos ser nosotros esa “última encarnación” de
nuestra mónada-Yo Superior, y, algo que, a su debido momento, se nos comunicaría/lo
sabríamos con total certeza, por haber obtenido el conocimiento y nivel de
expansión evolutiva necesario para ello. Doy fe de ello.
La experiencia de la mónada hacía el plano físico
Hace varios meses
hablábamos de los tipos “partículas primarias” de la Creación, “tipos de
mónadas”, para entendernos, en este y este otro artículo, y de cómo, todo ser
humano, es animado y enlazado por una de esas mónadas para producir la infusión
de vida consciente en el vehículo evolutivo que escoge (nosotros) para la
expansión, manifestación, actualización y experimentación de la consciencia
“del todo”. El camino evolutivo de nuestra esencia/mónada/kar-vídico pasa por
ser inicialmente un bloque más de la Creación sin sentido de la autoconsciencia
(mónadas que habíamos llamado de tipo uno) a la búsqueda de la plenitud
con su origen, su Fuente, su “hogar”. En el periodo en el que, en ese camino,
esa mónada enlaza un cuerpo-vehículo-ser humano, a través de incontables
experiencias, vivencias y encarnaciones, gradualmente se conoce más a si misma,
se retroalimenta de sus propias experiencias y consigue avanzar en su propia
escalera de Jacob hacia su origen.
Un traje de varias capas
Dentro de la
composición del “traje” multidimensional que la mónada necesita para su
aprendizaje, nace, también, como parte de la vida consciente, el componente que
llamamos “Yo superior” o ser, según terminologías, como parte de la estructura
multinivel que implica ser humano, y, de alguna forma, como intermediario entre
la esencia y la personalidad que tenemos. Esto es debido a que la composición
lumínica, energética, vibracional, de la mónada, impide que trabaje
directamente con el plano físico, de ahí que sean necesarios un compendio de
capas, estructuras y niveles energéticos para modular y adaptarla al mismo.
Nuestro Yo Superior es parte de esa vida consciente de la Creación, pero está
“varios” niveles por debajo de la mónada, unida a esta y en permanente
comunicación.
Desafortunadamente,
esto último no ocurre con el tercer componente, genéricamente hablando, que es
nuestra personalidad, pues la alineación mónada- yo superior – personalidad
suele estar ofuscada en el último tramo, debido a muchos de los temas que hemos
explicado largamente en el blog cuando nos referimos a la estructura de nuestra
esfera de consciencia, la programación que llevamos a cuestas en nuestras
esferas mentales, la fragmentación en múltiples Yos, etc. Todo esto hace muy
difícil la conexión y alineación directa con la consciencia de nuestro Yo
Superior de forma permanente, y, por supuesto, mucho más difícil el ser capaz
de imbuir la consciencia de tu mónada en tu personalidad. Habíamos hablado algo
de ello cuando os conté algunas experiencias en el artículo “Yoy el ser, yo el ser”.
En busca de la encarnación completa
Pero el trabajo de
nuestro ser/Yo superior no cesa por esas aparentes dificultades, y busca
siempre el desarrollo último de sus encarnaciones humanas, a través de las
diferentes personalidades y vivencias, para alinear y manifestar el potencial,
y características, de la mónada, su plan evolutivo, y completar su “curriculum” de experiencias, en el
plano físico, buscando, vamos a decirlo así, la “vida final” en la que esto se
llevará totalmente a cabo, en aquella encarnación que supondrá el “logro” de
que la parte “esencial” de cada uno, llegue a reflejarse en su vehículo
evolutivo al máximo nivel, y de por finalizado aquello que esta necesitaba para
poder seguir adelante.
Mientras tanto,
nuestro Yo Superior recoge, administra, coordina y monitoriza el progreso de
cada vida, de cada existencia, de principio a fin, programando lo que es
necesario a nivel de aprendizaje encarnación tras encarnación, recogiendo los
frutos de lo aprendido y completado, volviendo a sembrar semillas de lo
pendiente y por completar. Todo el proceso de salida y entrada de una
encarnación, según el proceso descrito en la rueda del Samsara, lo tenéis en este otro artículo algo que ya incluso en la
simbología egipcia se mostraba explícitamente, a través de la diosa Ma´at, hija
de Ra y esposa de Thot, quien, con una pluma en su mano, pesaba el corazón de
cada persona según la escala de Anubis, y decidía que se queda de la carga
“kármica” de la persona y de sus aprendizajes para completar de una vida para
otra.
Así, y hablando
linealmente, con cada encarnación, otro paso hacia la finalización del periplo
de aprendizaje evolutivo en este plano se completa, e, inevitablemente, llega
un momento, cuando aquella de las personalidades y “vidas” manifestadas que
supone la culminación del periplo monádico fallece, que el Yo Superior concluye
que con esa encarnación el proceso de proyección en el plano físico está
completo, y la retirada total de este nivel de juego se ejecuta.
Se termina la rueda
del samsara para el conjunto de esa personalidad (que desaparece, al
desintegrarse los cuerpos etéricos, emocionales y mentales), del alma, del Yo
Superior y de la mónada. El proceso entonces, libre de las ataduras y
complejidades del mundo físico, inicia sus pasos en niveles superiores, donde
la mónada vuelve a iniciar otro proceso de “formación” y aprendizaje, pero,
esta vez, un peldaño “más cerca de casa”. Nosotros somos esa mónada, por
lo tanto, somos nosotros quienes realmente crecemos y evolucionamos de esta
forma. Es solo cuestión de conseguir imbuir esa consciencia monádica en
nosotros, para darnos cuenta de ello, mirando a través de los ojos físicos la
vida, pero con la consciencia de esa partícula de la Fuente, que es la que nos
“anima”.
1 comentario:
Mas alla del alla , te agradesco por tu trabajo, he perdido el otro dia el lazo con la llama violeta ...sera porque sera... con amor y sabiduria. Corinne.
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