EL
SUICIDA DEL TREN
Yo
nunca olvidaré que un día había leído en un periódico acerca de un suicidio
terrible, que me impactó: un hombre se arrojó sobre la línea férrea, bajo los
vagones de la locomotora y fue triturado. Y el periódico, con todo el
estallido, contaba la tragedia, diciendo que aquel era un padre de diez hijos,
un obrero modesto.
Aquello
me impresionó tanto que resolví orar por ese hombre.
Tengo un cuadernito para anotar los nombres de las personas necesitadas. Yo voy orando por ellas y, de vez en cuando, digo: si este aquí ha evolucionado, voy a dar su lugar a otro;no puedo hacer más.
Así, le puse el nombre en mi cuaderno de oraciones especiales - las oraciones que hago por la madrugada. De mi ventana veo una estrella y acompaño su ciclo; entonces, me rezaba, mirando a ella, conversando. Somos muy amigos, ya hace muchos años. Ella es paciente, siempre aparece en el mismo lugar y desaparece en el otro.
Comencé a orar por ese hombre desconocido. En el caso de que se trate de una persona que no sea de su familia, no es la primera vez que se hace el amor. Vaya a ver que él no quiso matarse; fueron las circunstancias. Oraba y pedía, dedicándole más de cinco minutos (y yo tengo una fila muy grande), pero ese era especial.
Pasaron casi quince años y yo orando por él diariamente, dondequiera que estuviera.
Un día, tuve un problema que me hizo sufrir mucho. Esa noche llegué a la ventana para hablar con mi estrella y no pude orar. No estaba en condiciones de interceder por los demás.Me encontraba con una gran voluntad de llorar; pero, soy muy difícil de hacerlo por fuera, aprendí a llorar por dentro. Me siento afligido, experimento el dolor, y las lágrimas no salen.(Tengo una gran envidia de quien llora aquellas lágrimas enormes, voluminosas, que no puedo verter).
De ahí a poco la emoción me fue tomando y, cuando me di cuenta, lloraba.
Mientras tanto, un espíritu vino y me preguntó:
- ¿Por qué lloras?
- ¡Ah! Mi hermano -respondí- hoy estoy con mucha ganas de llorar, porque sufro un problema grave y, como no tengo a quien me queja, porque yo vivo para consolar a los demás, no les puedo contar mis sufrimientos. Además, no tengo ese derecho; aprendí a no reclamar y no me quejaba.
El Espíritu respondió:
- Divaldo, y si le pregunto por lo que no lloras, ¿qué vas a hacer?
- Hoy ni me pidas. Porque es el único día que he conseguido hacerlo. ¡Déjame llorar!
- No lo haga - pidió. - Si lloras también lloraré mucho.
- ¿Pero por qué vas a llorar? - le pregunté.
- Porque me gusta mucho de ti. Yo amo mucho a ti y amo por amor.
Como es natural, estaba muy contento con lo que me decía.
- Tú me inspira mucha ternura - prosiguió - y lo amo por gratitud. Hace muchos años me tiré debajo de las ruedas de un tren. Y no hay como definir la sensación de la eterna tragedia. Yo oía el tren pitar, lo veía crecer a mi encuentro y le sentía las ruedas me triturando, sin terminar nunca y sin morir nunca. Cuando acababa de pasar, cuando yo iba a respirar, escuchaba el silbato y empezaba todo otra vez, eternamente. Hasta que un día escuché a alguien llamar por mi nombre. Lo hizo con tanto amor, que aquello me alivió por un segundo, pues el sufrimiento pronto volvió. Más tarde, de nuevo, oí a alguien llamar por mí. Pasé a tener interregnos en que alguien me llamaba, yo podía respirar, para aguantar aquel morir que nunca moría y no sé decirle el tiempo que pasó. En el momento en que dejé de oír el silbido del tren, transcurrió mucho tiempo, para escuchar a la persona que me llamaba. Me di cuenta, entonces, que la muerte no me había matado y que alguien pedía a Dios por mí.Me acordé de Dios, de mi madre, que ya había muerto. Comencé a reflexionar que yo no tenía el derecho de haber hecho eso, pasé a oír a alguien diciendo: "Él no hizo por mal, él no quiso matarse." Hasta que un día esta fuerza fue tan grande que me atrajo; ahí te vi en esta ventana, llamando por mí.
- Yo le pregunté - continuó el Espíritu - quién es? ¿Quién está pidiendo a Dios por mí, con tanto cariño, con tanta misericordia? Madre vino y me explicó:
- Es un alma que reza por los hijos de puta.
-Me comí, lloré mucho y desde allí pasé a venir aquí, siempre que me llamas por el nombre.
(Tenga en cuenta que nunca lo he visto, frente a las diferencias vibratorias.)
- Cuando adquirió la conciencia total -continuó él- ya se habían pasado más de catorce años. Me acordé de mi familia y fui a mi casa. "He encontrado a la esposa blasfemando, injuriándome:" Aquel desgraciado desertó, reduciéndonos a la más terrible miseria. Mi hija es hoy una perdida, porque no tuvo comida y ni paz y se fue a vender para tenerlos. es un villano, porque él tenía un padre egoísta, que se suicidó en lugar de hacer frente a la responsabilidad.
Dejándonos, nos reducido a este estado ".
- Me sentía el odio terrible. Después, fui atraído a mi hija, en uno de estos lugares miserables, donde estaba expuesta como mercancía. Fui a visitar a mi hijo en la cárcel.
- Divaldo - me habló emocionado - ahí empecé a sumar a los "dolores físicos" el dolor moral, de los daños que mi suicidio trajo. Porque el suicida no responde sólo por el gesto, por el acto de la autodestrucción, sino también por toda una ola de efectos que se derivan de su acto insensato, siendo todo esto lanzado a su cargo en la ley de responsabilidades. Además de ti, nadie más oraba, nadie tenía dó de mí, sólo tú, un extraño. Entonces, hoy, que estás sufriendo, te vengo a pedir: en nombre de todos nosotros, los infelices, no sufra! Porque si usted entristece, ¿qué será de nosotros, los que somos permanentemente tristes? Si usted ahora llora, que será de nosotros, que estamos aprendiendo a sonreír con su alegría? Usted no tiene el derecho de sufrir, por lo menos por nosotros, y por amor a nosotros, no sufra más.
Se acercó, me dio un abrazo, apoyó la cabeza en mi hombro y lloró largamente. Doramente, lloró.
También se ha cambiado, le dije:
- Perdóname, pero no esperaba a que se mueva.
- Son lágrimas de felicidad. Por primera vez, soy feliz, porque ahora me puedo rehabilitar.Estoy aprendiendo a consolar a alguien. Y la primera persona a quien consuelo es usted.
Tengo un cuadernito para anotar los nombres de las personas necesitadas. Yo voy orando por ellas y, de vez en cuando, digo: si este aquí ha evolucionado, voy a dar su lugar a otro;no puedo hacer más.
Así, le puse el nombre en mi cuaderno de oraciones especiales - las oraciones que hago por la madrugada. De mi ventana veo una estrella y acompaño su ciclo; entonces, me rezaba, mirando a ella, conversando. Somos muy amigos, ya hace muchos años. Ella es paciente, siempre aparece en el mismo lugar y desaparece en el otro.
Comencé a orar por ese hombre desconocido. En el caso de que se trate de una persona que no sea de su familia, no es la primera vez que se hace el amor. Vaya a ver que él no quiso matarse; fueron las circunstancias. Oraba y pedía, dedicándole más de cinco minutos (y yo tengo una fila muy grande), pero ese era especial.
Pasaron casi quince años y yo orando por él diariamente, dondequiera que estuviera.
Un día, tuve un problema que me hizo sufrir mucho. Esa noche llegué a la ventana para hablar con mi estrella y no pude orar. No estaba en condiciones de interceder por los demás.Me encontraba con una gran voluntad de llorar; pero, soy muy difícil de hacerlo por fuera, aprendí a llorar por dentro. Me siento afligido, experimento el dolor, y las lágrimas no salen.(Tengo una gran envidia de quien llora aquellas lágrimas enormes, voluminosas, que no puedo verter).
De ahí a poco la emoción me fue tomando y, cuando me di cuenta, lloraba.
Mientras tanto, un espíritu vino y me preguntó:
- ¿Por qué lloras?
- ¡Ah! Mi hermano -respondí- hoy estoy con mucha ganas de llorar, porque sufro un problema grave y, como no tengo a quien me queja, porque yo vivo para consolar a los demás, no les puedo contar mis sufrimientos. Además, no tengo ese derecho; aprendí a no reclamar y no me quejaba.
El Espíritu respondió:
- Divaldo, y si le pregunto por lo que no lloras, ¿qué vas a hacer?
- Hoy ni me pidas. Porque es el único día que he conseguido hacerlo. ¡Déjame llorar!
- No lo haga - pidió. - Si lloras también lloraré mucho.
- ¿Pero por qué vas a llorar? - le pregunté.
- Porque me gusta mucho de ti. Yo amo mucho a ti y amo por amor.
Como es natural, estaba muy contento con lo que me decía.
- Tú me inspira mucha ternura - prosiguió - y lo amo por gratitud. Hace muchos años me tiré debajo de las ruedas de un tren. Y no hay como definir la sensación de la eterna tragedia. Yo oía el tren pitar, lo veía crecer a mi encuentro y le sentía las ruedas me triturando, sin terminar nunca y sin morir nunca. Cuando acababa de pasar, cuando yo iba a respirar, escuchaba el silbato y empezaba todo otra vez, eternamente. Hasta que un día escuché a alguien llamar por mi nombre. Lo hizo con tanto amor, que aquello me alivió por un segundo, pues el sufrimiento pronto volvió. Más tarde, de nuevo, oí a alguien llamar por mí. Pasé a tener interregnos en que alguien me llamaba, yo podía respirar, para aguantar aquel morir que nunca moría y no sé decirle el tiempo que pasó. En el momento en que dejé de oír el silbido del tren, transcurrió mucho tiempo, para escuchar a la persona que me llamaba. Me di cuenta, entonces, que la muerte no me había matado y que alguien pedía a Dios por mí.Me acordé de Dios, de mi madre, que ya había muerto. Comencé a reflexionar que yo no tenía el derecho de haber hecho eso, pasé a oír a alguien diciendo: "Él no hizo por mal, él no quiso matarse." Hasta que un día esta fuerza fue tan grande que me atrajo; ahí te vi en esta ventana, llamando por mí.
- Yo le pregunté - continuó el Espíritu - quién es? ¿Quién está pidiendo a Dios por mí, con tanto cariño, con tanta misericordia? Madre vino y me explicó:
- Es un alma que reza por los hijos de puta.
-Me comí, lloré mucho y desde allí pasé a venir aquí, siempre que me llamas por el nombre.
(Tenga en cuenta que nunca lo he visto, frente a las diferencias vibratorias.)
- Cuando adquirió la conciencia total -continuó él- ya se habían pasado más de catorce años. Me acordé de mi familia y fui a mi casa. "He encontrado a la esposa blasfemando, injuriándome:" Aquel desgraciado desertó, reduciéndonos a la más terrible miseria. Mi hija es hoy una perdida, porque no tuvo comida y ni paz y se fue a vender para tenerlos. es un villano, porque él tenía un padre egoísta, que se suicidó en lugar de hacer frente a la responsabilidad.
Dejándonos, nos reducido a este estado ".
- Me sentía el odio terrible. Después, fui atraído a mi hija, en uno de estos lugares miserables, donde estaba expuesta como mercancía. Fui a visitar a mi hijo en la cárcel.
- Divaldo - me habló emocionado - ahí empecé a sumar a los "dolores físicos" el dolor moral, de los daños que mi suicidio trajo. Porque el suicida no responde sólo por el gesto, por el acto de la autodestrucción, sino también por toda una ola de efectos que se derivan de su acto insensato, siendo todo esto lanzado a su cargo en la ley de responsabilidades. Además de ti, nadie más oraba, nadie tenía dó de mí, sólo tú, un extraño. Entonces, hoy, que estás sufriendo, te vengo a pedir: en nombre de todos nosotros, los infelices, no sufra! Porque si usted entristece, ¿qué será de nosotros, los que somos permanentemente tristes? Si usted ahora llora, que será de nosotros, que estamos aprendiendo a sonreír con su alegría? Usted no tiene el derecho de sufrir, por lo menos por nosotros, y por amor a nosotros, no sufra más.
Se acercó, me dio un abrazo, apoyó la cabeza en mi hombro y lloró largamente. Doramente, lloró.
También se ha cambiado, le dije:
- Perdóname, pero no esperaba a que se mueva.
- Son lágrimas de felicidad. Por primera vez, soy feliz, porque ahora me puedo rehabilitar.Estoy aprendiendo a consolar a alguien. Y la primera persona a quien consuelo es usted.
Fuente:
Espirit book
Português
O
SUICIDA DO TREM
Eu
nunca me esquecerei que um dia havia lido num jornal acerca de um suicídio
terrível, que me impactou: um homem jogou-se
sobre a linha férrea, sob os vagões da locomotiva e foi triturado. E o jornal,
com todo o estardalhaço, contava a tragédia, dizendo que aquele era um pai de
dez filhos, um operário modesto.
Aquilo
me impressionou tanto que resolvi orar por esse homem.
Tenho uma cadernetinha para anotar nomes de pessoas necessitadas. Eu vou orando por elas e, de vez em quando, digo: se este aqui já evoluiu, vou dar o seu lugar para outro; não posso fazer mais.
Assim, coloquei-lhe o nome na minha caderneta de preces especiais - as preces que faço pela madrugada. Da minha janela eu vejo uma estrela e acompanho o seu ciclo; então, fico orando, olhando para ela, conversando. Somos muito amigos, já faz muitos anos. Ela é paciente, sempre aparece no mesmo lugar e desaparece no outro.
Comecei a orar por esse homem desconhecido. Fazia a minha prece, intercedia, dava uma de advogado, e dizia: Meu Jesus, quem se mata (como dizia minha mãe) "não está com o juízo no lugar". Vai ver que ele nem quis se matar; foram as circunstâncias. Orava e pedia, dedicando lhe mais de cinco minutos (e eu tenho uma fila bem grande), mas esse era especial.
Passaram-se quase quinze anos e eu orando por ele diariamente, onde quer que estivesse.
Um dia, eu tive um problema que me fez sofrer muito. Nessa noite cheguei à janela para conversar com a minha estrela e não pude orar. Não estava em condições de interceder pelos outros. Encontrava-me com uma grande vontade de chorar; mas, sou muito difícil de fazê-lo por fora, aprendi a chorar por dentro. Fico aflito, experimento a dor, e as lágrimas não saem. (Eu tenho uma grande inveja de quem chora aquelas lágrimas enormes, volumosas, que não consigo verter).
Daí a pouco a emoção foi-me tomando e, quando me dei conta, chorava.
Nesse ínterim, entrou um Espírito e me perguntou:
- Por que você está chorando?
- Ah! Meu irmão - respondi - hoje estou com muita vontade de chorar, porque sofro um problema grave e, como não tenho a quem me queixar, porquanto eu vivo para consolar os outros, não lhes posso contar os meus sofrimentos. Além do mais, não tenho esse direito; aprendi a não reclamar e não me estou queixando.
O Espírito retrucou:
- Divaldo, e seu eu lhe pedir para que você não chore, o que é que você fará?
- Hoje nem me peça. Porque é o único dia que eu consegui fazê-lo. Deixe-me chorar!
- Não faça isto - pediu. - Se você chorar eu também chorarei muito.
- Mas por que você vai chorar? - perguntei-lhe.
- Porque eu gosto muito de você. Eu amo muito a você e amo por amor.
Como é natural, fiquei muito contente com o que ele me dizia.
- Você me inspira muita ternura - prosseguiu - e o amo por gratidão. Há muitos anos eu me joguei embaixo das rodas de um trem. E não há como definir a sensação da eterna tragédia. Eu ouvia o trem apitar, via-o crescer ao meu encontro e sentia-lhe as rodas me triturando, sem terminar nunca e sem nunca morrer. Quando acabava de passar, quando eu ia respirar, escutava o apito e começava tudo outra vez, eternamente. Até que um dia escutei alguém chamar pelo meu nome. Fê-lo com tanto amor, que aquilo me aliviou por um segundo, pois o sofrimento logo voltou. Mais tarde, novamente, ouvi alguém chamar por mim. Passei a ter interregnos em que alguém me chamava, eu conseguia respirar, para aguentar aquele morrer que nunca morria e não sei lhe dizer o tempo que passou. Transcorreu muito tempo mesmo, até o momento em que deixei de ouvir o apito do trem, para escutar a pessoa que me chamava. Dei-me conta, então, que a morte não me matara e que alguém pedia a Deus por mim. Lembrei-me de Deus, de minha mãe, que já havia morrido. Comecei a refletir que eu não tinha o direito de ter feito aquilo, passei a ouvir alguém dizendo: "Ele não fez por mal. Ele não quis matar-se." Até que um dia esta força foi tão grande que me atraiu; aí eu vi você nesta janela, chamando por mim.
- Eu perguntei - continuou o Espírito - quem é? Quem está pedindo a Deus por mim, com tanto carinho, com tanta misericórdia? Mamãe surgiu e esclareceu-me:
- É uma alma que ora pelos desgraçados.
- Comovi-me, chorei muito e a partir daí passei a vir aqui, sempre que você me chamava pelo nome.
(Note que eu nunca o vira, face às diferenças vibratórias.)
- Quando adquiri a consciência total - prosseguiu ele - já se haviam passado mais de catorze anos. Lembrei-me de minha família e fui à minha casa. Encontrei a esposa blasfemando, injuriando-me: "- Aquele desgraçado desertou, reduzindo-nos à mais terrível miséria. A minha filha é hoje uma perdida, porque não teve comida e nem paz e foi-se vender para tê-los. Meu filho é um bandido, porque teve um pai egoísta, que se matou para não enfrentar a responsabilidade.
Deixando-nos, ele nos reduziu a esse estado."
- Senti-lhe o ódio terrível. Depois, fui atraído à minha filha, num destes lugares miseráveis, onde ela estava exposta como mercadoria. Fui visitar meu filho na cadeia.
- Divaldo - falou-me emocionado - aí eu comecei a somar às "dores físicas" a dor moral, dos danos que o meu suicídio trouxe. Porque o suicida não responde só pelo gesto, pelo ato da autodestruição, mas, também, por toda uma onda de efeitos que decorrem do seu ato insensato, sendo tudo isto lançado a seu débito na lei de responsabilidades. Além de você, mais ninguém orava, ninguém tinha dó de mim, só você, um estranho. Então hoje, que você está sofrendo, eu lhe venho pedir: em nome de todos nós, os infelizes, não sofra! Porque se você entristecer, o que será de nós, os que somos permanentemente tristes? Se você agora chora, que será de nós, que estamos aprendendo a sorrir com a sua alegria? Você não tem o direito de sofrer, pelo menos por nós, e por amor a nós, não sofra mais.
Aproximou-se, me deu um abraço, encostou a cabeça no meu ombro e chorou demoradamente. Doridamente, ele chorou.
Igualmente emocionado, falei-lhe:
- Perdoe-me, mas eu não esperava comovê-lo.
- São lágrimas de felicidade. Pela primeira vez, eu sou feliz, porque agora eu me posso reabilitar. Estou aprendendo a consolar alguém. E a primeira pessoa a quem eu consolo é você.
Tenho uma cadernetinha para anotar nomes de pessoas necessitadas. Eu vou orando por elas e, de vez em quando, digo: se este aqui já evoluiu, vou dar o seu lugar para outro; não posso fazer mais.
Assim, coloquei-lhe o nome na minha caderneta de preces especiais - as preces que faço pela madrugada. Da minha janela eu vejo uma estrela e acompanho o seu ciclo; então, fico orando, olhando para ela, conversando. Somos muito amigos, já faz muitos anos. Ela é paciente, sempre aparece no mesmo lugar e desaparece no outro.
Comecei a orar por esse homem desconhecido. Fazia a minha prece, intercedia, dava uma de advogado, e dizia: Meu Jesus, quem se mata (como dizia minha mãe) "não está com o juízo no lugar". Vai ver que ele nem quis se matar; foram as circunstâncias. Orava e pedia, dedicando lhe mais de cinco minutos (e eu tenho uma fila bem grande), mas esse era especial.
Passaram-se quase quinze anos e eu orando por ele diariamente, onde quer que estivesse.
Um dia, eu tive um problema que me fez sofrer muito. Nessa noite cheguei à janela para conversar com a minha estrela e não pude orar. Não estava em condições de interceder pelos outros. Encontrava-me com uma grande vontade de chorar; mas, sou muito difícil de fazê-lo por fora, aprendi a chorar por dentro. Fico aflito, experimento a dor, e as lágrimas não saem. (Eu tenho uma grande inveja de quem chora aquelas lágrimas enormes, volumosas, que não consigo verter).
Daí a pouco a emoção foi-me tomando e, quando me dei conta, chorava.
Nesse ínterim, entrou um Espírito e me perguntou:
- Por que você está chorando?
- Ah! Meu irmão - respondi - hoje estou com muita vontade de chorar, porque sofro um problema grave e, como não tenho a quem me queixar, porquanto eu vivo para consolar os outros, não lhes posso contar os meus sofrimentos. Além do mais, não tenho esse direito; aprendi a não reclamar e não me estou queixando.
O Espírito retrucou:
- Divaldo, e seu eu lhe pedir para que você não chore, o que é que você fará?
- Hoje nem me peça. Porque é o único dia que eu consegui fazê-lo. Deixe-me chorar!
- Não faça isto - pediu. - Se você chorar eu também chorarei muito.
- Mas por que você vai chorar? - perguntei-lhe.
- Porque eu gosto muito de você. Eu amo muito a você e amo por amor.
Como é natural, fiquei muito contente com o que ele me dizia.
- Você me inspira muita ternura - prosseguiu - e o amo por gratidão. Há muitos anos eu me joguei embaixo das rodas de um trem. E não há como definir a sensação da eterna tragédia. Eu ouvia o trem apitar, via-o crescer ao meu encontro e sentia-lhe as rodas me triturando, sem terminar nunca e sem nunca morrer. Quando acabava de passar, quando eu ia respirar, escutava o apito e começava tudo outra vez, eternamente. Até que um dia escutei alguém chamar pelo meu nome. Fê-lo com tanto amor, que aquilo me aliviou por um segundo, pois o sofrimento logo voltou. Mais tarde, novamente, ouvi alguém chamar por mim. Passei a ter interregnos em que alguém me chamava, eu conseguia respirar, para aguentar aquele morrer que nunca morria e não sei lhe dizer o tempo que passou. Transcorreu muito tempo mesmo, até o momento em que deixei de ouvir o apito do trem, para escutar a pessoa que me chamava. Dei-me conta, então, que a morte não me matara e que alguém pedia a Deus por mim. Lembrei-me de Deus, de minha mãe, que já havia morrido. Comecei a refletir que eu não tinha o direito de ter feito aquilo, passei a ouvir alguém dizendo: "Ele não fez por mal. Ele não quis matar-se." Até que um dia esta força foi tão grande que me atraiu; aí eu vi você nesta janela, chamando por mim.
- Eu perguntei - continuou o Espírito - quem é? Quem está pedindo a Deus por mim, com tanto carinho, com tanta misericórdia? Mamãe surgiu e esclareceu-me:
- É uma alma que ora pelos desgraçados.
- Comovi-me, chorei muito e a partir daí passei a vir aqui, sempre que você me chamava pelo nome.
(Note que eu nunca o vira, face às diferenças vibratórias.)
- Quando adquiri a consciência total - prosseguiu ele - já se haviam passado mais de catorze anos. Lembrei-me de minha família e fui à minha casa. Encontrei a esposa blasfemando, injuriando-me: "- Aquele desgraçado desertou, reduzindo-nos à mais terrível miséria. A minha filha é hoje uma perdida, porque não teve comida e nem paz e foi-se vender para tê-los. Meu filho é um bandido, porque teve um pai egoísta, que se matou para não enfrentar a responsabilidade.
Deixando-nos, ele nos reduziu a esse estado."
- Senti-lhe o ódio terrível. Depois, fui atraído à minha filha, num destes lugares miseráveis, onde ela estava exposta como mercadoria. Fui visitar meu filho na cadeia.
- Divaldo - falou-me emocionado - aí eu comecei a somar às "dores físicas" a dor moral, dos danos que o meu suicídio trouxe. Porque o suicida não responde só pelo gesto, pelo ato da autodestruição, mas, também, por toda uma onda de efeitos que decorrem do seu ato insensato, sendo tudo isto lançado a seu débito na lei de responsabilidades. Além de você, mais ninguém orava, ninguém tinha dó de mim, só você, um estranho. Então hoje, que você está sofrendo, eu lhe venho pedir: em nome de todos nós, os infelizes, não sofra! Porque se você entristecer, o que será de nós, os que somos permanentemente tristes? Se você agora chora, que será de nós, que estamos aprendendo a sorrir com a sua alegria? Você não tem o direito de sofrer, pelo menos por nós, e por amor a nós, não sofra mais.
Aproximou-se, me deu um abraço, encostou a cabeça no meu ombro e chorou demoradamente. Doridamente, ele chorou.
Igualmente emocionado, falei-lhe:
- Perdoe-me, mas eu não esperava comovê-lo.
- São lágrimas de felicidade. Pela primeira vez, eu sou feliz, porque agora eu me posso reabilitar. Estou aprendendo a consolar alguém. E a primeira pessoa a quem eu consolo é você.
Fonte: Espirit
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